La inaceptable deserción fiscal de los ricos

Manuel Lago
Manuel Lago EN CONSTRUCCIÓN

OPINIÓN

14 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

o de Luxemburgo es intolerable. Que más de trescientas grandes multinacionales se pongan de acuerdo con Juncker para reducir a prácticamente cero sus obligaciones fiscales es un escándalo mayúsculo. Pero no es un hecho aislado. Porque también estos días supimos que las siete grandes compañías tecnológicas norteamericanas apenas pagaron nada por el impuesto de sociedades en España. Este año y todos los anteriores.

Es un escándalo que 1.600 grandes empresas de todo el mundo, entre ellas casi todas las del Ibex 35, tengan una sede fiscal en un portal, el número 2.711 de Centreville Road, en Wilmington, una ciudad del estado de Delaware, un paraíso fiscal en EE.UU. Una cifra brutal, pero que se queda corta delante de las 18.000 compañías que tienen su sede en un edificio de una planta en Georgetown, en las Islas Caimán, que fue citado por Obama en un discurso para denunciar el fraude fiscal de las grandes compañías.

Estas sociedades y las consultorías a su servicio -Price Waterhouse en el caso luxemburgués- han desarrollado lo que ellos llaman ingeniería y planificación fiscal, que en realidad es una compleja, extensa y oscura red de sociedades interpuestas en paraísos fiscales con un fin: reducir al mínimo el pago de impuestos sobre sus enormes beneficios.

Y vaya que lo consiguen. En España, por ejemplo, el tipo efectivo en el 2011 del impuesto de sociedades en las grandes compañías que consolidan sus cuentas fue de tan solo el 3,8 %, muy alejado del 30 % que fija la ley. Pero es que además el beneficio declarado en estas sociedades ya está muy por debajo del real, gracias, entre otras técnicas, a las operaciones de triangulación utilizando compañías interpuestas.

Hay que decirlo con claridad: las grandes compañías multinacionales y los grandes patrimonios de sus propietarios han tomado la decisión de no pagar impuestos. Aprovechándose de la globalización, de la desregulación, de su enorme poder, de su capacidad para chantajear a los Estados, los ricos de verdad han reducido a la mínima expresión su tributación. Han roto el consenso social sobre el que se construyó el modelo económico después de la Segunda Guerra Mundial: ya no quieren cumplir con su parte y eso provoca la crisis fiscal del Estado de bienestar.

España, y todos los países de la Unión Europea, es más rica hoy que hace dos o tres décadas. Si tenemos más recursos, si el nivel de riqueza es mayor, que nos digan que no se puede mantener el nivel de los servicios y las prestaciones públicas solo se explica por la deserción fiscal de los que más tienen. Cada vez más somos los trabajadores/consumidores y los pequeños y medianos empresarios los que pagamos los impuestos. Y eso provoca problemas tanto de sobrecarga impositiva sobre los que cumplen como de insuficiencia en términos de recaudación.

Este es el núcleo real del problema de muchas de las cosas que nos están pasando: la creciente desigualdad de las rentas, los desequilibrios de las cuentas públicas y los recortes, el insoportable endeudamiento de las Administraciones tienen mucho que ver con esta deserción fiscal intolerable. Y no tenemos por qué resignarnos. Sabemos quiénes son y sabemos cómo lo hacen y, por lo tanto, también sabemos cómo acabar con este expolio que compromete el futuro de todos.