Vísperas de terremoto

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

31 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Está pasando algo muy curioso. Los resultados de las encuestas del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) nunca se conocen hasta que son publicadas. Sin embargo, en esta ocasión parece de dominio público la que se publicará el próximo lunes. ¿Por qué este adelanto informativo? ¿Se trata de la filtración de algún funcionario poco fiel? ¿O es, sencillamente, una especulación de periodistas que, a base de ser aceptada por verosímil, termina convertida en auténtica noticia? Hasta el lunes, fecha de publicación de ese barómetro, no tendremos respuesta. Lo único que puedo decir a fecha de hoy es lo que se comenta y tiene agitado el patio político. La formación Podemos sería el primer partido en intención directa de voto. Una vez aplicados los correctivos que llaman «la cocina», el mapa quedaría así: partido ganador, el PP, pero con fuerte caída. Segundo, Podemos, y el gran descalabro: el PSOE pasaría a ser la tercera fuerza.

Os podéis imaginar la conmoción que está provocando este pronóstico. Creo que la palabra que define el clima que se vivió estos días en el Congreso es «terror»: un miedo difuso, pero grande, a la irrupción de Podemos en las muy selectas y muy exclusivas esferas del poder, hasta ahora reservadas a los clásicos. Hay una sensación de final de ciclo, que repercute especialmente en el PP, que ve su mayoría disminuida y empieza a sentir pánico ante un posible fuerte castigo. Se está abriendo un horizonte de incertidumbre política (también económica) donde, por desmentir un célebre principio de Gramsci, lo viejo se resiste a morir, pero lo nuevo crece demasiado deprisa, y es como si no hubiera sitio para los dos.

Sí, Podemos crece demasiado deprisa, suponiendo que sea verdad esa encuesta del CIS. Simplemente con colocarse como posible ganador en poco más de medio año, su caso tiene que ser estudiado por la ciencia política. Si además, lo consigue con solo cuatro personas que aparecen en programas de televisión, su éxito habrá dado un vuelco a los métodos conocidos de promoción política. Y si, encima, sube de esa espectacular forma sin un programa económico cuantificado, con dudas sobre su sentido de la libertad, con voluntad de voltear el sistema y con ideas que multitud de analistas consideran peligrosas para los intereses del país, estamos ante un prodigio.

O no. A lo mejor, a lo peor, estamos ante la culminación de todas las crisis que hemos sufrido en los últimos años: la crisis de la descomposición. De momento, el lunes tendremos terremoto. Y la filtración de la encuesta del CIS, una hábil preparación de la opinión pública para que ese día no haya suicidios. Tampoco hacen falta: una parte de la clase política hace tiempo que se suicidó.