El poder indignado

Uxio Labarta
Uxío Labarta CODEX FLORIAE

OPINIÓN

31 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Les mentiría si les digo que algo de lo que se está sabiendo me sorprende. La caída del caballo se produjo hace años y la descubierta se fue agrandando. Reconozco que los casos de los años noventa -Juan Guerra, Mariano Rubio, Roldán o Filesa- fueron particularmente dolorosos. El caso de los fondos reservados y los GAL, el Banesto o Mario Conde, las condenas en el País Vasco y Cataluña por los juegos de azar, afianzaron la percepción de que en los mundos del poder, casi todo era posible. Sin olvidar el viejo runrún de los ochenta de la transmigración de los fondos de formación de la Seguridad Social a la entente empresarial y sindical, que tantos titulares de gloria nos sigue dando. Los problemas de desconfianza, indignación y desmoralización los sitúo en el anulado caso Naseiro de hipotética financiación ilegal de los populares, y en el Tamayazo con la espuria llegada al poder madrileño de la señora Aguirre por la compra de voluntades de dos diputados socialistas, sin que en ninguno de los casos se hubiera sustanciado judicialmente el escándalo de corrupción. Desde entonces hasta los Gürtel, el caso Palau de la Música, los ERE, el Campeón, la Pokémon, Pujol y asociados, Bankia, Blesa, Rato, las tarjetas negras, la formación andaluza y la gallega de Azetanet, el sindicalista asturiano, era apenas lo previsible. Incluido el estrambótico pequeño Nicolás. Cuestión de esperar azares o filtraciones por interés. Sucede que la caída de los velos, o de las ensoñaciones, ya no es un asunto de cientos o miles de personas. Es de la sociedad entera, que necesitó verse, además de estafada, empobrecida, para considerar que los poderes -públicos y privados- tienen que pagar por lo que hacían.

No es solo un problema de indignación como, con descaro, reivindican ahora alguno de los poderosos que forman parte del problema. La sociedad necesita que el que la hizo la pague, y no solo los robagallinas. La corrupción ya no es blanca, gris o negra. Es general y no hay matices. Enervan tanto las oposiciones en el Tribunal de Cuentas, la privatización sanitaria, la confluencia de lo público-privado, como las puertas giratorias o los nombramientos de libre designación para empresas públicas sin mayor criterio que la afinidad.

La política y los poderosos debieran abandonar ese derecho a la doblez que magistralmente rotula Javiera Pradera como el efecto Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el efecto Pinocho, el efecto flautista de Hamelín, y el efecto Gato con Botas. Los tres primeros sufridos ya en exceso, y este del Marqués de Carabás, ajeno a la casta, de más reciente aparición. El cinismo de los poderosos provoca la desafección de los ciudadanos. Hoy la sociedad no está en un enjuiciamiento moral de los políticos y los poderes, ni siquiera de las fuerzas oscuras con las que los políticos pactan para mantener su poder. La sociedad no tolera un sistema corrompido hasta estos extremos, y está dispuesta a darle la vuelta. Aunque se equivoque. Y el Ogro siga.