El mito de la sociedad perfecta y virginal

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

24 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

La vertiginosa acumulación de noticias sobre las trapacerías de políticos y empresarios públicos españoles tiene un innegable efecto positivo: que la impunidad de sus acciones disminuye en directa proporción al aumento del control que se ejerce sobre ellos. Sin tal control, que posibilita la rendición de cuentas por lo que cada uno ha hecho con el poder que le ha sido confiado, la democracia se convertiría en un adefesio de aquel Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo al que se refirió Lincoln en el más célebre de sus discursos: el de Gettysburg.

Malo sería para todos, sin embargo, no reconocer que el puntual seguimiento informativo sobre esa orgía de corrupción tiene algunos efectos colaterales menos virtuosos. El principal, que disminuye inevitablemente el foco de atención sobre la responsabilidad de los ciudadanos en la buena marcha de un país, que aparece, así, desfigurado, como un lugar donde unos políticos desalmados campan a sus anchas frente a una sociedad perfecta y virginal. Un puro mito.

Ayer supimos, por un informe de la Comisión Europea, que España dejó de ingresar por IVA, debido sobre todo al fraude, 12.400 millones de euros, el 18 % de lo que debería haberse recaudado. Una cantidad que se une a un fraude fiscal general que, según los que saben del asunto, asciende a cifras astronómicas y es origen, a su vez, de una de las presiones fiscales sobre salarios más altas de la UE.

Cambiando de tercio, también en estos días hemos visto las críticas airadas frente a una medida administrativa elemental, aceptada en otros países de forma general: que los propietarios de una vivienda deben acabarla. La razón por la que pasearse por la Inglaterra rural es un placer y hacerlo por la Galicia rural un sufrimiento tiene que ver, sin duda, con el comportamiento de los poderes locales, pero también con el de docenas de miles de personas que viven tan contentas en medio de eso que aquí hemos dado en llamar feísmo y deberíamos denominar en realidad adefesismo.

Y lo que vale para el fraude fiscal y esas increíbles chapuzas gallegas que publica este periódico sirve para la conservación del medio ambiente, el trato a los animales, la educación viaria, la publicidad sexista, los abusos sobre los trabajadores, el absentismo laboral, el fraude comercial, la televisión basura, la información privada partidista y una innumerable serie de patologías sociales de las que no son culpables los políticos, sino una sociedad civil en la que muchos de los que defraudan a Hacienda como lobos protestan airados contra las tarjetas negras y en la que muchos de los que hacen a los políticos blanco de sus despiadadas críticas esperan ansiosos la oportunidad de colocarse en su lugar. Sé bien que decir estas cosas es muy impopular, pero por la boca de la impopularidad habla con frecuencia la verdad.