¡Pobriños los yanquis!

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

21 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Dan pena estos yanquis. Pobriños. Le pinchan el teléfono a Angela Merkel y ni así, escuchando las intimidades de la canciller, aprenden a gestionar una crisis. Ovejas descarriadas, en cuanto el agua les llega al cuello, renuncian al «Dios salve a América» y rinden culto al dios Keynes y a su profeta Krugman. O interpretan torticeramente las últimas voluntades de Paul Samuelson, que recomendaba en su testamento construir puentes -«mejor si conducen a alguna parte, pero háganlos igualmente»-, y se ponen la funda de mahón y el casco de trabajo. Algún tornillo les falta para, en el país más endeudado del mundo -con España pisándole los talones-, dedicarse a repartir billetes como el timador sus estampitas. Nada menos que 830.000 millones de dólares en una primera tacada, la llamada Ley de Recuperación del 2009, a la que siguieron otros derroches en años sucesivos. Despilfarro efectuado -el recuento lo hace Alan S. Blinder, otro hereje- en tres lujosas tiendas de lencería: rebajas fiscales en las nóminas más flacas, obras de infraestructuras y ayudas a las Administraciones estatales y locales para sostener el gasto y el empleo. No me digan que esta gente no necesita una camisa de fuerza, como el artículo 135 de la Constitución española, para reprimir su oniomanía o síndrome de la compra compulsiva.

Por si fuera poco, estos yanquis atiborrados de hamburguesa y Coca-Cola, que vivían al fiado -claramente por encima de sus posibilidades-, inyectan otros 700.000 millones de dólares para evitar que sus bancos cayesen en el hoyo que ellos mismos habían cavado. En vez de permitir que se cociesen en su propia salsa, como aconsejaban los cánones del mercado que se autorregula, acuden quijotescamente al rescate. Y aún sostienen que, al final, el TARP -así denominaron la tropelía- no costó un solo dólar al contribuyente. Algo parecido, vamos, a la capitalización de la banca española.

Lo del helicóptero clama al cielo. Ríanse ustedes del aeropuerto murciano sin aviones o de las obras faraónicas acometidas por nuestros próceres. Tiene bemoles que la idea la proporcionara Milton Friedman, el jefe de los Chicago Boys, allá por los años setenta del siglo pasado. El invento choca por su simplicidad: para luchar contra la recesión, súbanse a un helicóptero y dedíquense a esparcir billetes verdes sobre el páramo de la crisis. Y vaya si lo hicieron, a manos llenas, estos trastornados. Con Ben Bernanke, un hombre traumatizado por la Gran Depresión, a la que había dedicado su tesis doctoral, a los mandos del aparato. Lo dicho: estos yanquis están de atar.

¿Y todo para qué? Para parir un ratón. Solo han conseguido situar la tasa de paro por debajo del 6 % -el mismo nivel del 2008-, esquivar la segunda recesión que vivió Europa y disipar la amenaza de un tercer batacazo. Minucias.

En la austeridad está la virtud, y el vicio y la locura siempre se pagan. Europa lo demostrará cuando salga del túnel. Aunque muchos ciudadanos nunca saldrán: unos, los menos, porque nunca entraron en él -véase la creciente nómina de millonarios- y muchos otros porque yacen sepultados en su interior. Pero, eso sí, gritemos al unísono: «Yankees, go home». Como en los viejos tiempos.