El difícil liderazgo de Rajoy

OPINIÓN

20 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

La llegada al Gobierno de Mariano Rajoy coincide con una etapa especialmente complicada de nuestra democracia. Una crisis económica, de la que todavía no hemos salido, ha supuesto sacrificios a los ciudadanos, con bajada de niveles a los que una buena parte de la sociedad había ascendido. El paro sigue con cifras que no permiten recrearse en las mejoras de datos macroeconómicos, que no son despreciables. La idea más expresiva de la situación al comienzo del actual Gobierno es que estuvimos al borde de una completa intervención de la UE. La crisis financiera, por donde empezó todo en los EE.UU., agravada en nuestro caso por la «alegría» de la promoción inmobiliaria, acabó prácticamente con el sector de las tradicionales cajas de ahorros, emborrachadas de glamur y política.

Por si esto no fuese poco, ha estallado lo que también se había incubado durante el Gobierno anterior: un intento de romper la unidad del Estado, poniendo en peligro su integridad. La propia estructura del Estado se cuestiona y surgen apremios de reforma de la Constitución, sin tener seguridad de los límites y de que no afecte también a la forma de Gobierno en ella prevista, la monarquía parlamentaria. Aunque no es razón para cuestionarla, sino más bien para reafirmarla, la abdicación de don Juan Carlos en su hijo Felipe VI ha sido otro suceso extraordinario. Las instituciones siguen funcionando, pero acusan cada vez más rémoras acumuladas con el paso del tiempo, atribuibles en buena parte al funcionamiento y organización de los partidos políticos, amparados en un sistema electoral que pone en duda la división de poderes y favorece el clientelismo dentro y fuera de ellos. Si todo ello se cubre con la manta podrida de la corrupción, el resultado no resulta alentador.

Este es el panorama, a grandes rasgos, que marca la etapa que le ha correspondido a Rajoy. Como buen privatista, sabe que en política se hereda sin beneficio de inventario. Es lo que hay, y tuvo que ponerse al tajo para mejorar la situación. Para eso se le votó por mayoría absoluta. Pienso no exagerar que ese alto porcentaje se debió en gran medida a una reacción en contra de lo que había antes. Sea de ello lo que fuere, el asunto es que ha de lidiar con lo que hay. Las cosas podrían haber ocurrido de otra manera; pero es imposible rebobinar el pasado. Quizá la manera de ser de Rajoy lo hacía el candidato idóneo para una pausada continuidad de Aznar. No fue así. Tuvo que reafirmarse en su propio partido, lo que explica algún nombramiento inapropiado, ahora puesto en evidencia. Aunque su poder interno no es cuestionado por una vieja guardia que ha ido cayendo paulatinamente, ha de avizorar tensiones de aspirantes y contentar a barones que condicionan políticas de Estado.

La actual circunstancia requiere un liderazgo claro, ejemplarizante, percibido por los ciudadanos sin intérpretes. No es fácil para Rajoy; pero las ocasiones extraordinarias ennoblecen a quienes las enfrentan con grandeza.