Rato

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

19 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Los clientes de un céntrico Lidl de Madrid pudieron observar el pollo que le montó a una cajera por un error de menos de un euro. Rodrigo Rato no solo compra en una cadena de precios más que ajustados, también revisa las cuentas para que no le den el palo. ¡Y será por millones! Los ricos son ricos porque saben valorar hasta el último céntimo. Otro gallo nos cantaría con alguien como él al frente de nuestras finanzas». Palabras como estas, replicadas de un blog escrito en el año 2011, eran las que inspiraba Rato antes de que conociéramos los movimientos de su tarjeta negra. La derecha española confiaba de una manera instintiva en este burgués de mueca burlona miembro de una de esas tribus que habitan en la pomada desde cuando entonces. Hasta ayer, eran legión los que observaban en él una disposición histórica y natural a mandar en plaza. Puede que muchos de ellos le hubiesen perdonado que en su billetera revoloteara una visa black, pero va a ser difícil que Rato supere el detalle de los pagos que realizó con ese poderoso plástico capaz de limpiar las azoteas del poder con más contundencia que mil papeles de Bárcenas, doscientos imputados por los ERE o un par de kilos de chanchullos de cursos de formación. Los movimientos bancarios son más íntimos y comprometidos que un diario sexual, una foto fija de aficiones confesables, pero también de muchas flaquezas y alguna que otra perversión de las que todos ocultamos en el fondo de la alforja. Por eso Rato cheira a cadáver. Quienes lo añoraban pueden perdonarle todo, excepto la verdad.