La Corte de los Milagros o el Gran Engaño

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

02 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

La primera Corte de los Milagros la describió Víctor Hugo: era aquella inhóspita zona del París medieval atiborrada de falsos mendigos, ciegos, tullidos y prostitutas que, al caer la noche, se desprendían de la máscara, dejaban de fingir y recuperaban milagrosamente la salud y la decencia. La segunda, recreada en un esperpento de Valle-Inclán, plasma la degradación de la corte de Isabel II, atestada de intrigas, camarillas y corrupción. La tercera, con pésima literatura e infinidad de cifras, la dibuja el Gobierno con su proyecto de Presupuestos Generales del Estado para el 2015.

En esta tercera versión -no hay dos sin tres-, elaborada por la corte de Rajoy, los milagros se suceden. Volveremos a consumir desaforadamente y el IVA proporcionará cuatro mil millones adicionales -un 7,2 % más- a las arcas del Estado. Las empresas acumularán suculentos beneficios y aportarán un 20,4 % más por el impuesto de sociedades. Pagaremos 3.366 millones menos por IRPF y la recaudación apenas mermará. La reforma fiscal le cuesta al Estado más de 9.000 millones, pero el mayor dinamismo de la economía le permitirá resarcirse de ese dispendio y aún incrementar sus ingresos en 9.500 millones. A los analistas allegados al régimen les parecen optimistas esas previsiones. Yo voy más allá: ni siquiera el señor Montoro, el hechicero mayor del reino, se las cree. Ni jarto de vino.

Pero aún resta el milagro de los milagros: la Seguridad Social. La recaudación por cuotas de empresas y trabajadores batirá el año próximo un récord histórico: 109.833 millones de euros. Nunca, ni antes del ladrillazo ni después, se había alcanzado tal cifra. Ni siquiera cuando había más de 19 millones de cotizantes y los salarios no habían iniciado su declive. Pero ahora, con 2,5 millones de afiliados menos, progresiva precarización del empleo y tarifas planas para jóvenes, el Gobierno batirá la plusmarca. Quitémonos la máscara como los lisiados de Víctor Hugo: en realidad estamos tan sanos como en el 2008.

La verdad es que, pese a la abundancia de fervorosos creyentes en la corte de Rajoy, no veo a Montoro con fe en los milagros. De lo contrario, en vez de entregar su proyecto en el Congreso, lo llevaría en andas al santuario de Fátima o lo encomendaría a la Virgen de Lourdes. Creo más bien que confía en sus dotes de prestidigitador para perpetrar el Gran Engaño sin que se note el truco en demasía.

Porque, vamos a ver, ¿qué ocurre si los ingresos no alcanzan para vestir el santo del gasto público programado? Que se dispare el déficit público no resulta aceptable: Bruselas, aunque más permisiva últimamente, no lo permitiría. Hay todavía otras dos fórmulas para salvar el bache: buscar una mina de oro -subir el IVA, por ejemplo- o propinar un nuevo tijeretazo al gasto. Con un decreto-ley a mitad del ejercicio se soluciona. Pero aún queda una tercera posibilidad, quizá electoralmente más inocua: dejar sin ejecutar parte del gasto presupuestado. Y en el caso de la Seguridad Social, seguir metiendo mano a la hucha de las pensiones. Seguro que Cristóbal Montoro -cráneo privilegiado- ya tiene en mente ese plan B. Por si las moscas.