Cataluña: receta para desinflar el suflé

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

21 sep 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Sobre los cimientos de un núcleo independentista situado entre el 10 y el 20 % del electorado, el suflé soberanista ha crecido en Cataluña en los cuatro últimos años a base de agitar una bandera tan fácil de izar como difícil de arriar: la del agravio. Agravios políticos, económicos, culturales o lingüísticos, lo importante no es su falsedad, sino la habilidad de quien los empuña para manipular a la población con una propaganda incontenible y convencerla, de ese modo, de que sus males son culpa de un enemigo exterior sin cuya intervención todo iría mejor para las víctimas imaginarias de los que, supuestamente, quieren hundir a Cataluña.

Es así como 1714 se convierte en el inicio de la decadencia catalana, pese a haber sido todo lo contrario; como la solidaridad territorial pasa a ser un falso expolio; como la inmersión lingüística deja de resultar un abuso sobre los castellanohablantes para convertirse en arma de defensa frente a unos inventados ataques a la lengua catalana; o, en fin, como el asfixiante dominio cultural del nacionalismo catalán resulta ser la barrera de contención frente a un españolismo sencillamente inexistente.

Han sido tantas y tan gordas las mentiras de los nacionalistas desde que se echaron al monte del soberanismo -la última, esa inmoral equiparación entre los catalanes y los negros segregados racialmente en Norteamérica- que el primer paso que habrá que dar para reconstruir la convivencia en el interior de Cataluña cuando la farsa del referendo del 9 de noviembre quede al fin al descubierto será reponer la verdad frente a las patrañas de quienes la han ocultado al servicio de su ultimátum independentista.

Podrá luego debatirse sobre cambios en la financiación e incluso sobre esa fantasiosa reforma constitucional en la que el PSOE cifra, con pasmosa ingenuidad, la solución al problema catalán. Pero nada servirá para desinflar el suflé soberanista si antes no se desmiente a quienes lo han hecho crecer a base de exageraciones, embustes e invenciones.

Pues la incontestable verdad es que Cataluña posee una capacidad de decisión que está a años luz de la que disfrutan la mayoría de las regiones federadas del planeta, que su influencia en la política española ha sido mucho mayor que la de aquella en Cataluña, que nadie amenaza su lengua y su cultura salvo los que se empeñan en considerar extranjeros a quienes no son nacionalistas, que su solidaridad con el resto del país es consecuencia de la riqueza de los catalanes y no del expolio de los españoles y, en fin, que España es tan incomprensible sin Cataluña como Cataluña sin la España de la que forma parte desde hace muchos siglos. Este es, sin duda, el camino para volver a la normalidad: primero desenmascarar las mentiras; después, y solo después, hablar de las reformas.