Escocia: día D, hora H

OPINIÓN

18 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Mientras usted lee este artículo, 4,28 millones de escoceses pueden ejercer su derecho a votar la ruptura del Reino Unido y de la UE. Y narran las crónicas que, mientras tal cosa sucede, 428 millones de europeos contienen la respiración al sentirse profundamente afectados por una decisión en la que no se les da ni arte ni parte, pero que puede decidir el futuro del más grande e importante proyecto de organización política y democrática que existe en el mundo.

Es cierto que de los 428 millones de ciudadanos concernidos hay algunos -entre 20 y 30 millones- que están soñando con volver a la Europa creadora de Estados del siglo XV, o al río revuelto que, en el entorno de las dos guerras mundiales, creó oportunidades inauditas y desgraciadas para la organización y la desorganización del mundo. Pero también es obvio que la inmensa mayoría de los europeos creen que no se puede seguir construyendo esta nueva realidad europea si en cada tramo del camino tenemos que jugarlo todo a una sola carta y al albur de pequeñas comunidades que confunden su ombligo con los derechos humanos. Y por eso espero que este episodio se conforme como el principio de un nuevo orden en el que no tengamos que apostar todo contra nada, de forma reiterada, a instancias de una lectura étnica del hecho europeo.

También hay que decir que en este trance hay que reafirmar dos cosas: que el valor de la unidad es la mejor garantía de la democracia, la estabilidad y el bienestar; y que no tiene sentido el tremendismo con el que tratan de ganar esta partida los estúpidos líderes que no supieron evitarla. Porque, aunque es obvio que este disparate puede generar momentos de cierta dificultad, nadie debe creer que el proyecto europeo va a embarrancar en las celadas de Escocia y Cataluña, o en las de cualquier latifundio nacionalista que quiera imitar sus arriesgadas piruetas.

Pero esta ventura, la de seguir adelante con la UE, no será posible si no se fijan con precisión y firme voluntad las condiciones que han de regir la próxima etapa. Y entre ellas deben figurar, como cautela para todos y aviso para navegantes, que no se retribuirá con cesiones o ventajas el euroescepticismo; que no se aceptarán estatus excepcionales para contentar a los díscolos; que el principio de unidad es la esencia del proyecto europeo y que los secesionismos oportunistas contradicen la UE de forma intolerable; y que estos episodios del 2014 ponen fin a la estúpida pasividad con la que las instituciones europeas dejan actuar a las termitas.

A mí, a fuer de sincero, no me importa que se vayan de una vez. Pero a cambio quiero que la UE adopte para sus instituciones el mismo lema -en latín, para más inri- que usan con éxito los escoceses: «Nemo me impune lacessit». Que, vertido al castellano, dice esta genialidad: «Nadie me hiere impunemente».