Luto en El Corte Inglés

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

15 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

L a tormenta perfecta, que durante seis años consecutivos achicó las ventas del comercio minorista, desarboló el buque, parte de la tripulación pereció entre las olas, pero el viejo capitán consiguió mantener a flote El Corte Inglés. No fue este un mérito menor de Isidoro Álvarez, asturiano tozudo y discreto, que se despidió, paradójicamente, cuando el temporal parece haber amainado. El pasado agosto, en la última junta de accionistas que presidió, anunciaba un cambio en la dirección de los vientos. Las ventas de la compañía, que en el 2012 se habían desplomado un 7,8 % y en el 2013 todavía caían un 1,8 %, comenzaban a crecer. Y lo hacían a tasas superiores a las de la competencia. Aún así, el año pasado prosiguió el recorte de plantilla y seis de cada cien trabajadores enfilaron la ruta del paro.

Isidoro Álvarez no logró vadear la tormenta, porque a los españoles les apretaron el cinturón y el consumo se contrajo, pero consiguió minimizar los daños. Soltó lastre con la venta de la división financiera -el 51 %- al Banco de Santander y trató de evitar, a través de prejubilaciones y bajas incentivadas, una traumática reducción de personal. Su gestión de la crisis, después de haber agrandado el legado de Ramón Areces, merece un aprobado incluso para el analista más riguroso.

Cuentan las crónicas que, cuando arreciaba el vendaval, Isidoro Álvarez visitó de incógnito las cuatro plantas de Zara en la madrileña calle de Serrano. Quería conocer de primera mano, sin intermediarios ni sesudos informes técnicos, el secreto de Amancio Ortega y de Inditex, una firma emblemática que sorteaba la crisis sin rasguños. La anécdota, de ser cierta, refleja su talante y su manera personalísima y directa de afrontar las dificultades.

Isidoro Álvarez ha sido un digno sucesor de su tío, Ramón Areces, aquel joven asturiano, hijo de campesinos, que marchó a Cuba y se enroló como aprendiz en los almacenes El Encanto. Allí, en aquel mítico establecimiento de La Habana, confiscado por la revolución castrista y abatido poco después por bombas incendiarias de sospechoso origen -con la CIA, en el trasfondo-, se gestó la idea de El Corte Inglés. Una iniciativa a la que Isidoro Álvarez dedicó su vida. «Mi escuela», decía, «ha sido siempre El Corte Inglés y mi maestro, Ramón Areces».