Jordi Pujol, en el día de la ira

OPINIÓN

03 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Fue, por parte del señor Montoro, el día de la ira. Salvo cuando Rajoy acusó a Zapatero de traicionar a las víctimas del terrorismo, no habíamos escuchado en el Congreso un ataque tan frontal y duro como el del ministro de Hacienda a Jordi Pujol. No lo critico: estoy de acuerdo con Montoro en que el fraude confesado por el ex presidente es de los más graves desde el punto de vista cualitativo. Los puede haber peores en cantidad, porque ahí están Bárcenas y sus 40 millones en Suiza; Matas y el dinero que se busca en Estados Unidos, los ERE de Andalucía y los cursos de formación. Pero no recordamos nada tan escandaloso en su relevancia ética y ejemplarizante para el país, porque Pujol no es un ciudadano más. Es un padre de la patria, un referente, guía del pueblo catalán que creyó en él, y estuvo defraudando al mismo larguísimo tiempo que gobernaba su país. El daño que hizo a la credibilidad del sistema no se puede medir en dinero. Solo se puede medir en perjuicio político y moral.

Ayer, con el alegato del ministro y la petición de que comparezca ante el Parlamento catalán, comenzó un proceso que nadie sabe cómo puede terminar. Todo es una incógnita. Para ser absolutamente sincero, lo ignoramos todo. Ignoramos si el dinero ocultado durante 34 años procede de una herencia como dice o del escándalo de Banca Catalana, como sospecha la policía. Ignoramos si el defraudador es Pujol o toda su familia, como una trama montada para enriquecerse a costa de los demás. Ignoramos el papel de su esposa, Marta Ferrusola, de quien se dice que ha sido la autora intelectual de la maquinación. Ignoramos cuál es la línea divisoria entre el dinero de Andorra y las ingentes cantidades que han manejado sus hijos. E ignoramos si todo es resultado de un afán de enriquecimiento brutal que llevó a extorsionar a los empresarios con el famoso «tres per cent».

Todo eso se irá sabiendo. Ahora lo urgente es tener cuidado con la explotación política. Montoro situó el renacido afán independentista de Pujol en la persecución de Hacienda, y hay que contar hasta diez antes de decir esas cosas. Primero, porque quizá no sean verdad. Segundo, porque mezclar independencia y hacienda puede ser explosivo. Y tercero, porque temo una réplica de Esquerra Republicana: Pujol es el último eslabón del españolismo en Cataluña, el que sostuvo gobiernos estatales y el distinguido como «español del año».

El Gobierno del señor Rajoy no necesita esforzarse en conducir a la opinión pública, que puede tener efectos contrarios a los buscados. Los hechos son más elocuentes que los discursos y de momento hay algo conjurado: después de la fiebre del «España nos roba», algunos ya van sabiendo quién les roba de verdad.