Soutomaior como síntoma

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

02 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Siempre me interesó la distancia que marca el presidente del Gobierno con el idioma de la tierra que le vio nacer. La única palabra gallega que le escuché en todos los años (decenios) que lleva dedicado a la cosa pública ha sido «malleira», para definir alguna paliza dialéctica que había recibido alguien. En los actos electorales de partido que hace en Galicia, nunca le he escuchado decir un modestísimo «boas noites», aunque solo sea para acercarse a la gente que se molesta en ir a escucharle. Y ya he escrito una vez en estas páginas la envidia que me produce ver cómo otra gente pública, desde el rey al más modesto funcionario, se esfuerzan por decir algo en catalán si llegan a Cataluña. Debe ser que se sabe que los catalanes aprecian mucho más su idioma y pelean por él.

El domingo pasado entendí perfectamente que el señor presidente no dijera tampoco una palabra en gallego, por varias razones: porque cree que no lo necesita, lo cual es muy respetable; porque el canal 24 Horas retransmitía su alocución para toda España, y porque, en consecuencia, no hablaba para Galicia, sino para el conjunto del país. Pero, para no perder la costumbre, hubo algo que me volvió a llamar la atención: el acto se celebraba al pie de castillo de Soutomaior. Los locutores de radio y televisión, aunque fuesen andaluces o castellano-manchegos, decían Soutomaior y en los textos que se publicaron antes y después, los periódicos hablaban de Soutomaior. Solo hubo una excepción gloriosa, que ha sido la del señor Rajoy, que dijo Sotomayor, en perfecta castellanización del castillo de Pedro Madruga. Y no es que decir Soutomaior sea un capricho de nacionalistas; es la denominación oficial aprobada por algún gobierno del Partido Popular.

Tengo que preguntar a algún psicólogo qué tipo de razones íntimas y ocultas impulsan a un gallego egregio como Mariano Rajoy (que además a veces confiesa serlo) a escapar del uso del idioma nacional gallego, incluso en la toponimia. A ver si se trata de un trauma infantil que no consigue superar. A ver si, a base de hablar con Merkel y otros mandatarios europeos para colar a De Guindos y de meterse a estudiar inglés, se le ha olvidado el idioma de su tierra. O algo mucho más temible e inquietante: a ver si se trata de una alergia o de algo contagioso y se lo acaba pegando a Núñez Feijoo de tanto abrazarse.

Deseo que sea algo de eso, porque una lectura puramente política del fenómeno nos podría llevar a otro tipo de conclusiones injustas y por lo tanto impropias de una personalidad tan seductora como la del presidente: que no ha conseguido desarrollar la sensibilidad que requiere la variedad de España. Y no es eso. No puede ser eso. ¿Verdad que no, señor Rajoy?