Ortega y Cataluña

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

01 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Dijo Ortega y Gasset que «el problema catalán no se puede resolver, solo se puede conllevar». Lo dijo en las Cortes Españolas el 13 de mayo de 1932, y no parece que hayamos avanzado mucho al respecto. Su frase de entonces tiene enjundia suficiente para que yo no ceda ahora a la tentación de resumirla o acortarla: «Yo sostengo -dijo en aquella sesión- que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que solo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no solo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles».

Según expuso entonces el gran filósofo, es este «un problema perpetuo, que ha sido siempre, antes de que existiese la unidad peninsular, y seguirá siendo mientras España subsista»; y, justo a fuer de ser un problema perpetuo, «solo se puede conllevar». Dijo además que era «un caso corriente de lo que se llama nacionalismo particularista», y añadió que «las naciones aquejadas por este mal en Europa son aproximadamente todas, menos Francia, por su extraño centralismo».

¿Qué es el nacionalismo particularista? Ortega lo explicó con claridad: «Es un sentimiento de dintorno vago, de intensidad variable, pero de tendencia sumamente clara, que se apodera de un pueblo o colectividad y le hace desear ardientemente vivir aparte de los demás pueblos o colectividades. Mientras estos anhelan lo contrario, a saber: adscribirse, integrarse, fundirse en una gran unidad histórica, en esa radical comunidad de destino que es una gran nación, esos otros pueblos sienten, por una misteriosa y fatal predisposición, el afán de quedar fuera, exentos, señeros, intactos de toda fusión, reclusos y absortos dentro de sí mismos». El pueblo particularista «parte de un sentimiento defensivo, de una extraña y terrible hiperestesia frente a todo contacto y toda fusión» y anhela vivir aparte. Por eso «el nacionalismo particularista podría llamarse, más expresivamente, apartismo o, en buen castellano, señerismo». Lo dijo hace 82 años y ya es hora de que nos apliquemos a conllevarnos lealmente.