El Lugo maximiza su rentabilidad

Murillo

CDLUGO

01 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Quique Setién ya había anunciado en la previa del partido inaugural del Anxo Carro, que tiraría de su vieja guardia para debutar en casa. En efecto, nueve de los supervivientes de la pasada campaña, más los recién llegados David Ferreiro y Luis Fernández, saltaron al regado césped de A Cheda. El técnico prefiere lo malo conocido que lo bueno por conocer. En efecto, a todos los nuevos les exige la asimilación de su sistema irrenunciable. Y, si como es el caso, les ha faltado tiempo de madurarlo, prefiere a los veteranos. Poco a poco, los nuevos irán entrando, según sus méritos. Pero por riguroso orden de llegada, si antes no adelantan en su aplicación táctica. Cuestión de galones.

De ahí, que el Lugo apenas ha contado con sus hipotéticos refuerzos a la espera de su puesta a punto. Y siga fiel a su línea reciente: asegurar desde atrás la posesión o no arriesgar en demasía la subida del cuero, partiendo del portero. Los que no se perdieron la primera media hora del partido, vieron al mejor Lugo del choque frente a los de Pucela. Circulación rápida del balón, subidas por las bandas con cambios continuos de orientación, profundidad en las llegadas y los clásicos errores en los remates incluso francos. La concentración era máxima y los visitantes corrían y corrían detrás del cuero. Si lo recuperaban, apenas les duraba porque las aspiradoras lucenses, capitaneadas por Seoane, hacían el trabajo oscuro. Álvaro Peña aprovechaba su frescura para desbordar por el centro e, incluso, por los costados. David Ferreiro era otro puñal, pero topó con un maníaco, el asturiano González Fuertes, que desquiciaba al respetable invirtiendo la penalización de sus derribos en faltas propias. Pero arriba, como siempre, faltaba el remate certero, que tampoco ofrecía Luis, pese a su desgaste en las caídas a banda. Iago Díaz reeditaba su intrascendencia tradicional, porque, o pifiaba el remate fácil, o se la dejaba atrás. Por eso Dani Hernández apenas pasó apuros, pese al acoso lucense. El Valladolid rivalizaba en estilo con su rival, pero apenas existió en llegadas claras. Salvo el último cuarto de hora del primer período, cuando en el último córner un balón suelto estuvo a punto de colarse en el portal lucense.

La segunda parte del partido fue la antítesis de la primera. El calor anestesió a los locales y le dio alas al Valladolid. Fue cuando el recién salido Óscar Díaz (recibido con una atronadora ovación) pudo abrir el marcador en varias jugadas personales. El Lugo se agazapó demasiado atrás, y los de Pucela tomaron el mando, sin demasiado peligro. Cuando peor pintaban las cosas para los lucenses, en un saque de falta le llega el balón rechazado a Pita en el segundo palo y el zurdazo del coruñés se le cuela entre las piernas a Dani. El delirio rompió el sepulcral silencio. Era el minuto 82 y hasta Pelayo, otro recién salido del banquillo, pifió por milímetros el 2 a 0. Triunfo agónico, para un equipo sin remate pero que maximizó su rentabilidad sin encajar goles. Y ese es otro seguro de vida, a la espera de tiempos mejores para el gol.