Pablo Iglesias, feliz con su cántaro de leche

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

31 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

No seré yo quien niegue el acierto de los elementos, más o menos oportunistas, que explican el éxito fulgurante de Podemos: un nombre asertivo, aunque nada original (es una copia, casi literal, del «Yes, we can» que popularizó Barak Obama en su campaña presidencial); una indefinición de ideas que permite identificarse con el proyecto a todos los que, por diversos motivos, están hartos de la presente situación; y un líder de aire curil, que combinando una supuesta clarividencia y una fingida languidez, ha conseguido hacer política y meterse con todo el mundo, pareciendo que no hace ni lo uno ni lo otro. Vamos, todo un éxito de mercadotecnia, vendida al público como si la idea se hubiera parido en un garaje.

Otra cosa, claro, es que ese éxito sirva para algo más que para satisfacer, en el momento de votar, el cabreo monumental que, en muchos casos con sobradísimas razones, tienen hoy varios millones de españoles.

Y es que los partidos que quieren transformar la realidad -pretensión que Podemos reitera una y otra vez- solo pueden hacerlo de un modo en democracia: gobernando. Podemos, claro está, es un partido, digan lo que digan sus creadores. Y lo es hasta tal punto que, en cuanto tenga algo de poder, se comportará como los que ellos llaman casta: algunos de sus conflictos internos ya los han resuelto, de hecho, de ese modo. La cosa es bien sabida: en este campo ya está todo inventado.

¿Cómo podrá, pues, Podemos, si es que puede, cambiar la realidad? Es fácil: o siendo la fuerza mayoritaria del país, lo que en un horizonte cercano resulta harto improbable; o poniendo los cargos que pueda obtener en el futuro al servicio de una eventual coalición de las izquierdas. Y es aquí, ¡ay!, donde surgen los problemas para que Podemos pueda conseguir lo que dice pretender.

¿Por qué? Porque un partido que llama a la desobediencia civil contra las resoluciones del TCE y las decisiones de un Gobierno democrático, como ha hecho Podemos esta semana a cuenta de la prohibición del referendo catalán, es un socio inservible para cualquier pacto con el que es hoy, y seguirá siendo en el futuro, salvo que sus dirigentes se empeñen en todo lo contrario, el primer partido de la izquierda. ¿Pactaría el PSOE con un partido que llama a la desobediencia civil contra las instituciones democráticas? Es muy dudoso, salvo que los socialistas decidan suicidarse.

Por eso, la historia de Podemos podría ser como el cuento de aquella lechera que ya había pensando qué iba a comprar con la venta del contenido de su cántaro cuando, de un tropezón, aquel se vino al suelo. Eso acaba de hacer Podemos: demostrar a quienes lo votaron en el pasado o pensaban hacerlo en el futuro que su apoyo se escurrirá como el agua en un cedazo y servirá, en realidad, para poco más que para nada.