Tufo a pucherazo

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

21 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La elección directa de los alcaldes, que el PP pretende imponer contra viento y marea, con o sin consenso, exhala un inconfundible tufo a pucherazo. Por dos razones. Primera, por el momento elegido: el Gobierno se propone cambiar las reglas de juego cuando el partido ya se disputa en tiempo de prórroga. Puesto que olfatea problemas en los últimos minutos -las elecciones municipales están a la vista-, el Real Madrid decide cambiar el reglamento. La falta en el centro del campo se convierte en penalti y los goles a balón parado quedan invalidados. El Atlético está jodido.

Segunda, por la doble finalidad que se esconde tras la propuesta. Se trata, por una parte, de levantar las alicaídas expectativas electorales del PP y ampliar -no solo conservar- su cosecha de alcaldías. Por otro lado, si el PSOE se aviene finalmente al acuerdo, se blinda el bipartidismo y se bloquea la ascensión de las fuerzas emergentes que amenazan al establishment. Cual de las dos intenciones prima en la mente de los dirigentes del PP lo sabremos cuando las plasmen en el papel. Pueden optar por barrer solo para casa, e incluso aspirar a un régimen de partido único, estableciendo un sistema de votación simple y a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga. Tendrán alcaldes con escaso apoyo popular -el 20 % de los votos puede ser suficiente si el 80 % restante se desperdiga-, pero con mayores facultades y poder. O pueden optar por ofrecer a un PSOE que atraviesa horas bajas, atribulado porque se desmigaja por su flanco izquierdo, la zanahoria de una segunda vuelta que, al concitar el reagrupamiento de las taifas en torno a su candidato, tal vez le permitiría salvar los muebles y consolidar la segunda posición en el podio.

Los estrategas del PP son listos como ajos. De una sola tacada persiguen tres objetivos: perpetuar en el poder municipal al partido que aglutina a la derecha, tentar a los socialistas con una disyuntiva tramposa -o aceptáis el trágala o os hundís en la miseria- y espantar el fantasma de Podemos y demonios afines. Nunca una reforma electoral dio tanto de sí. La democracia se resiente, la representatividad merma, el presidencialismo avanza, ¿pero a quién le importan tales menudencias a estas alturas?

Tan ufanos están con su fórmula que se permiten la humorada de inscribirla entre las medidas para la regeneración democrática. Manda truco. Quién nos iba a decir que la corrupción y el hastío ciudadano se combaten con alcaldes virreyes y ediles comparsas. Con alcaldes omnipotentes e inmunes a mociones de censura, corporaciones incapacitadas para aprobar o tumbar el presupuesto, concejales despojados de su capacidad fiscalizadora.

Lo dicho. No es un pucherazo en sentido estricto, porque la mayoría parlamentaria del PP puede hacer lo que le pete. Pero atufa de todos modos. Huele que apesta.