De la chapuza a la impunidad

Pablo Mosquera
Pablo Mosquera EN ROMÁN PALADINO

OPINIÓN

02 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

D ecía Larra que «es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas». En una ocasión, hace algunos años, el presidente de FEVE decidió suspender la parada del ferrocarril transcantábrico en Viveiro porque no sabía qué hacer con sus viajeros, más allá de un paseo en yate por la ría.

Hube de remitirle un libro de mi autoría, con seis senderos para el viajero que iban desde la ruta de los faros, aventura de Sargadelos, playas de mica y caolín, camino de Santiago por la costa, etcétera. Creo que rectificó al descubrir que el norte de Lugo era la costa cantábrica más al norte, y que la más antigua diócesis al sur de Europa -Britonia- era un enorme yacimiento de alternativas culturales y ecológicas.

Un noviembre maldito, un barco fue zaherido por el temporal y las órdenes de una banda de incompetentes, dieron lugar a la negra sombra del chapapote y la leyenda del «Nunca máis». De aquella criminal chapuza solo respondió el capitán del Prestige. Como en la habanera del barco velero que «salió de Jamaica», la culpa fue del capitán.

Curiosamente el delegado del Gobierno con sede en la ciudad del faro decano, compareció por televisión para decir que todo estaba bajo control. Ese mismo incombustible político ha vuelto a comparecer para decirnos, desde su autoridad y «conocimiento» que lo de la autovía A-8 se resuelve con la prudencia del conductor. ¡Qué miedo me da! Y, además, otra vez en manos del Fomento al que le aplicó una de esas viñetas de Forges: «Pienso, luego estorbo».

Una víspera del día del Apóstol, aquel tren rápido (de Bouzas) no fue capaz de tomar aquella curva de A Grandeira. No importó el trazado de la vía. No importó la falta de elementos automáticos para la seguridad. La culpa fue del conductor. Y ahora, a ganar tiempo para que la memoria histórica se diluya y lo que fue una cruel realidad se transforme en leyenda.

Leyenda de la autovía a setecientos metros sobre el nivel del mar, que recoge las nubes do vento mareiro para convertirlas en niebla, como aquellas de la Costa da Morte que hacían naufragar a tantos buques que doblaban el cabo Fisterra.

Solo que en invierno sumará viento, hielo y nieve. Pero la culpa será de los conductores, por utilizarla camino de Compostela, cuando deberían volver a ser caminantes o dueños de carros celtas para transitar por corredoiras, con el sonido de «árdelle o eixo, árdelle o carro».

La culpa fue del Chachachá.