Por qué Israel es un Estado anómalo

OPINIÓN

26 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

M ientras las cosas estén así es posible que Israel, como dijo Netanyahu, no pueda hacer otra cosa. Pero eso no quiere decir que el Estado judío tenga derecho a asesinar palestinos, destruir periódicamente sus infraestructuras, sus escuelas, sus hospitales y sus casas, conculcar todos sus derechos y humillarlos y empobrecerlos hasta límites inhumanos. Lo único que significa es que los supuestos sobre los que se creó y mantiene el Estado de Israel son criminales en origen, y que por más y más vueltas que le den en la ONU y en la OTAN, un Estado concebido sobre el destierro, la opresión, el apartheid y el fundamentalismo religioso no puede hacer otra cosa -ya lo reconoció Netanyahu- que matar.

Mientras presumimos de los avances que hemos hecho en derechos humanos, sostenibilidad, pacificación y solidaridad internacional, y mientras nos preocupamos por el machismo de Cañete, el lenguaje adaptado a la igualdad de géneros y la laicidad impostada de todos los órganos del Estado, admitimos en la comunidad internacional a un Estado que encierra en gigantescos apriscos amurallados a sus propios ciudadanos, que discrimina a sus pueblos por razones étnicas o religiosas, que hace prevalecer los derechos de los colonos -un arma biológica importada para la batalla demográfica- sobre los derechos del pueblo que habita aquella tierra desde hace tres milenios, y que, no contento con esto, desencadena periódicamente los conflictos que le permiten invadir los territorios palestinos e impedir su desarrollo económico, político y social.

Que una parte de los ciudadanos de Israel disfrute de derechos y bienestar, y funcione como una democracia de corte occidental, no significa que Israel sea una democracia y un Estado de derecho, ya que no puede ser ni una cosa ni otra quien promulga leyes y organiza instituciones que persiguen y masacran a sus ciudadanos, y que, además de negar radicalmente el derecho a la igualdad y a la libertad, imponen el privilegio de la mayoría mediante una guerra endémica gestionada por un Estado militarista. Por eso no es posible la paz en Israel y Palestina. Porque todo ese lío se montó sobre una injusticia radical que solo se puede mantener sumiendo al pueblo palestino en el horror, la pobreza, el hacinamiento y la muerte.

Dejar que Israel sea un Estado anómalo, y lamentar después las anomalías y los riesgos que produce, es una actitud tan farisea y cobarde que ensombrece y acusa moralmente a los pueblos libres y avanzados de Europa y América. Y hasta tal punto es evidente el juego infernal que venimos ejerciendo o consintiendo, que la responsabilidad -que en un tiempo fue cosa de políticos e instituciones- empieza a implicar personal y directamente a cada ciudadano, salvo a los que pongan en claro sus protestas y actúen políticamente con todas las consecuencias.