Y al final, el tren

Procopio SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

OPINIÓN

25 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

En el Quai d?Orsay exponían a van Gogh. Corvus llevaba más de media hora absorto ante una reproducción gigante de Campo de trigo con cuervos cuando en el móvil enfundado bajo el ala sonó una llamada. Pampinea le invitaba a participar en un debate. El Cuervo se hizo de rogar. Su ego ya no se excitaba ante tales trajines y saraos. Le seguía gustando saludar amaneceres volando solitario entre las nubes. Seguir oyendo campanas, picotear cerezas bien maduras, escuchar al mediodía cantar a la calandria allá en lo alto o adoctrinar sobre la vida a alguna joven golondrina. Y, ya bien entrada la noche, volver a ver alguna vez a Gary Cooper en Solo ante el Peligro o a Henry Fonda en Doce hombres sin Piedad. Pero la actualidad le resultaba cada día más tediosa. Le aburría. Quizás fuese la vejez o tal vez una recién llegada sabiduría. Pampinea lo sabía. Esperó un largo rato y le dijo: ¿Son las naciones las que fabrican nacionalistas o son los nacionalistas los que inventan las naciones? Empezaban a bailarle a Corvus las neuronas cuando Pampinea se adelantó y remató la faena diciéndole: Trato hecho. A mediados de julio y en San Estebo de Rivas de Sil. A Corvus le vino a la memoria el malvís que canta en los castañares de San Estebo y que viene en línea directa de la casta de malvises que los benedictinos trajeron desde Oriente. Y le vinieron también los nueve obispos que allá por el siglo X renunciaron a sus sedes y se recluyeron en la soledad del monasterio. Todavía hoy atestiguan el suceso las nueve mitras que campean en su escudo. Pero fue otro asunto el que acabó de convencer al Cuervo. En San Estebo hay claustros, salas y campanas pero no hay despachos. Desde hacía algún tiempo el Cuervo odiaba los despachos. Pensaba que el lujo, la amplitud y la munificencia habitual de los despachos de jefes, ministros y banqueros obedecía siempre a un mismo secreto designio: hacer que el visitante se viese a sí mismo como insignificante. Era una manía, lo reconocía, pero no podía evitarlo. Solo hacía una excepción: el despacho de la presidenta del Parlamento de Galicia. Allí un mural de Urbano Lugrís, un cuadro del mejor Seoane y un ventanal abierto sobre el monte del Gozo hacen que la emoción estética se sobreponga siempre al avasallamiento que es propio del poder.

La nación ¿un arcaísmo con futuro?

Pampinea inició la reunión con una consideración y una pregunta. Hasta hace bien poco tiempo, dijo, todo el mundo coincidía con el diagnóstico de Ortega: «Si España es el problema, Europa es la solución». Pero ahora los nacionalismos populistas emergentes parecen invertir los términos de la cuestión. Si Europa es el problema la nación podría volver a ser la solución. ¿Cómo se explica ese cambio, esa brusca desafección por la solución europea? Una feminista polaca, amiga de Margarita Ledo Andión, que andaba por Galicia rastreando huellas de Sofía Casanova, contestó citando un proverbio de su país. «Cuando la pobreza entra por la puerta el amor se va por la ventana». Eso es lo que ha ocurrido. En el imaginario colectivo Europa aparecía como una madre opulenta que enviaba pasta gansa para carreteras, piscinas o aeropuertos. O para cursos de formación de los que nadie nunca supo. Eso se ha acabado. Y Europa aparece como una madrastra que, en vez de pasta, lo que envía es a los hombres de la troika. Implacables embajadores de los recortes y del austericidio. Todos asintieron pero muy cortésmente Dr. Pseudonimus advirtió: Los brotes del neonacionalismo populista no pueden explicarse solo por la pobreza y la crisis económica. Se dan en Austria, que tiene casi pleno empleo. Y en Finlandia, Dinamarca o el Reino Unido, donde las cosas no van del todo mal. Debería haber alguna otra explicación.

El asunto entraba ya en el terreno que más gustaba al Cuervo, quien sin pensarlo mucho, arremetió: Ese desamor es la expresión de una orfandad sentimental. Europa ha perdido el encanto y el poder de emocionar. Matteo Renzi -¡tenía que ser un italiano!- acaba de decirlo: Europa es una «tía aburrida». Y eso sucede así por la hegemonía casi absoluta de la burocracia y de la lógica de la utilidad en la gobernanza de la Unión. La identidad y cohesión de una sociedad necesita espacios donde poder compartir símbolos, cánticos, emociones e ideales. Donde sentir juntos y poder decir «nosotros». Y, según parece, ese ámbito todavía es el de la nación. Ahí está el fútbol. Recuerden el Mundial. La gente ondeando banderas y cantando himnos nacionales hasta la extenuación.

Una plaza en Copenhague

Como no podía dejar de suceder, le llegó el turno al fenómeno Podemos. Abrió el fuego un viejo anarquista de Monforte. Yo estoy a favor de la movida de okupas e indignados. «El que no se mueve no escucha el ruido de sus cadenas», dijo solemnemente citando a Rosa Luxemburgo. Que el noventa por ciento de la riqueza esté en manos del diez por ciento de la población es un hecho intolerable. Un joven discípulo de Moisés Naín, que daba clases en el CEU y lucía gemelos de oro en el puño de su camisa, intentó matizar. No me negará usted, dijo al anarquista, que existe una enorme discordancia entre la energía desplegada en acampadas y algaradas callejeras y sus efectos políticos reales. Muchas protestas pero pocos cambios. Europa no es Túnez ni Egipto. Y ya en tono más profesional añadió: En las movilizaciones no hay sujeto histórico. Eso es uno de los problemas de la izquierda. Tuvo siempre como sujeto histórico al proletariado, incluso cuando este ya había dejado de existir. Pero ahora la explotada -y esquilmada- es la clase media. Son los hijos de esta rebajada clase media los que se movilizan en Twitter o en Facebook. Y además hay otra cosa. Antes de Internet organizar una protesta exigía un gran esfuerzo y algún tipo de estructura. Ahora la misma facilidad para convocar multitudes constituye su debilidad. El modelo de la huelga clásica era el yunque, el de las movilizaciones actuales es el de la mermelada, que por todos lados se derrama. Y dio cuenta detallada del experimento del profesor Anders Colding-Jorgensen, de la Universidad de Copenhague. El profesor creó un pequeño grupo en Facebook para protestar contra la demolición de la plaza de la Cigüeña en la capital danesa. A la semana el grupo ya contaba con 10.000 personas, que fueron 27.000 a las dos semanas. Pero resulta que nunca nadie había imaginado ni propuesto demoler esa plaza. Y para demostrar que tenía un máster made in USA sentenció: «The point isn't just to challenge power. It?s to change it». No hubo comentarios y Pampinea miró al Cuervo por si quería intervenir. Al Cuervo le gustaba eso de que la clave no consiste tanto en desafiar al poder como en cambiarlo, pero se excusó diciendo: Es que yo aún no sé muy bien si Podemos es el presente de indicativo del verbo poder o el imperativo de podar. Incluso no sé si será la expresión de una errata: como si una letra pe se hubiese colado en el lugar de una jota. Algunos sonrieron pero un diputado del PSOE comentó: Será una errata pero lo cierto es que en las últimas elecciones a nosotros nos «podieron» casi un millón de votos? Corvus añadió: Lo que no se le puede negar a Podemos es el mérito de un hallazgo lingüístico como es la casta. Un término de origen incierto que solo existe en los tres romances peninsulares -castellano, catalán y gallego portugués- y que allá por el siglo XVI los portugueses aplicaron en la India a las clases sociales privadas de poder mezclarse con las demás.

Lideres o mayordomos

Pampinea preguntó: ¿Por qué ante una situación como la actual no podemos ni imaginar personajes como en su tiempo fueron Churchill o De Gaulle, Adenauer o De Gasperi? Pseudonimus comentó: Un gran hombre es aquel que tiene la certidumbre de que con su esfuerzo y su clarividencia está construyendo el porvenir. Y aquí ahora el porvenir no llega mucho más allá que las próximas elecciones. Además los políticos creen que en tiempos de crisis hacer lo que hay que hacer equivale a perder las próximas elecciones. Alguien iba a objetar que Winston Churchill ganó las elecciones prometiendo esfuerzo, sangre, sudor y lágrimas cuando un francés excombatiente de dos guerras y lector de Hannah Arendt sentenció: No hay héroes porque el cálculo y la estadística han expulsado de la política la ética y la belleza de la lucha. Y la lucha, aunque ustedes no lo crean, no solo es legítima, sino que es una forma superior de la convivencia humana. Porque es la que pone a prueba la energía y la clarividencia de un ser humano. Es la que permite a Héctor y a Aquiles mostrarse como eran: siempre y en todo los mejores. Y ya lanzado, mirando con arrogancia a la cara de sus oyentes les espetó: No en vano Heráclito dejó escrito que la guerra es el padre de todas las cosas. Y de todas las desgracias, dijo el Cuervo. Hay que saber leer a Homero. La guerra de Troya nunca tuvo lugar. No hay líderes porque no hay discurso. Solo entendemos el mundo y la necesidad de transformarlo a través de las palabras. No se olvide que Churchill y De Gaulle hicieron la guerra, pero también fueron grandes escritores. Si se acepta la hegemonía absoluta de la racionalidad económica los líderes políticos se convierten en mayordomos. Descamisados o vestidos de librea, pero mayordomos. Y todo vuelve adonde solía: la derecha miente, la izquierda delira. Eso es lo que hay. Pseudonimus intentó suavizar el exabrupto del Cuervo citando a Bismarck: Nunca se miente tanto como antes de unas elecciones, durante la guerra y después de una cacería.

El tren

Doce campanadas sacaron a Corvus de su Sueño. Era mediodía y se dio cuenta sorprendido de que la vigilia en nada había cambiado el escenario de sus sueños. Seguía en San Estebo. Había pasado la noche en un desván, acurrucado entre viejos salterios y misales. Aún estaba admirando las miniaturas de una Regula Benedicti del siglo IX cuando desde lejos le llegó el estruendo de unas bombas de palenque. Era el día en que Galicia celebraba a su Santo Patrón. O a la Patria. O a la Nación. O al Sursum Corda, que para todo daba la generosa munificencia del Gran Día. El Cuervo recordó que en tal fecha tenía una cita en Compostela. Sin tan siquiera despedirse del Malvis roló en directo a la estación de Ourense. Tras esperar un breve rato se subió al primer tren con destino a Santiago. Por su retina se fueron sucediendo las tierras de Carballiño, de Deza y de Trasdeza. Ondulados paisajes de castiñeiros y robledas, praderas y maizales. Pero nada más traspasar el viaducto que salta sobre el Ulla acometió al Cuervo una especie de arrebato. Rompió a picotazos el cristal que protegía una señal de alarma y después con todas sus fuerzas tiró de la señal. El frenazo del tren hizo saltar por el aire bolsas y maletas, pero los viajeros apenas se inmutaron. Estaban en Angrois. Exactamente un año y un día después. Con el aire serio y solemne propio de una ceremonia descendieron del tren. Y allí, junto a la vía, permanecieron largo rato quietos, de pie y sin decir palabra alguna. Rumiando. Haciendo pasar por su mente y por su corazón imágenes y sensaciones terribles. Hierros retorcidos, cuerpos calcinados, fuegos crepitantes, gritos de dolor.

Pero también vieron a una niña en brazos de un bombero y a los vecinos jugándose la vida en los rescates. Y a los héroes del 061, siempre prontos y eficaces. Y la tensa noche de los quirófanos mientras la gente acudía en masa para donar su propia sangre. Como en Sófocles o en Eurípides vivieron el dolor y la purificación propias de la tragedia verdadera. Concluida la catarsis, volvieron en silencio al tren y continuaron su viaje. Pero Corvus se quedó en Angrois. Dándole vueltas una y otra vez al enigma que lo desvivía. La constante presencia del mal en la historia del mundo era una evidencia tan fácil de constatar como difícil de explicar. ¿Por qué de modo tan inexorable había de ser así? Transcurrieron unas horas. Corvus vio a un anciano sentado en un banco intentando sacarle unas notas a una vieja armónica mientras su nieta lo miraba embelesada. La vida continuaba, era cierto. Pero también lo era que a él se le habían ido las ganas de vivir.

Poco a poco fueron llegando las primeras sombras de la noche. Corvus pensó en los miles de peregrinos que ese día rendían meses de esfuerzo y de ilusión ante una tumba. Eso era vivir: proponerse desafíos y cumplirlos. Sobreponerse. En su interior, en el mal latín de las gentes del norte, empezó a oír los viejos gritos totémicos. ¡Ultreia et Suseia! Más allá, más arriba. Sacó fuerzas de flaqueza y levantó el vuelo. Era ya noche cerrada cuando, iluminada por los focos, vio levitar refulgente la tempestad de piedra del Obradoiro. Y notó que la voz se le volvía ronca y solemne cuando hizo pasar por su garganta viejos versos que ya solo él conocía: «Santiago, Santiagón. Ahijado de la aurora, bautizador de astros, romero de dos mundos, esgrimidor del universo. ¿Nos dejaras bañar alguna vez -zafiro puro- en tu Jordán?»

¡La Vía Láctea, río de estrellas y de leche, Jordán para aquellos que saben caminar mirando al cielo! La belleza de la metáfora cayó sobre el Cuervo como una ducha de luz y de energía. Respiró hondo, apretó el pico, batió con fuerza las alas y desapareció entre las nubes, volando rápido y feliz hacia nadie sabe dónde. Pero en algún lugar entre los ronquidos de una zanfoña alguien oyó decir a Don Gaiferos de Mormaltan: «Iste é un dos moitos miragres/ que Santiago Apóstol fai».