Vivimos en la Galicia del récord de las exportaciones, la del cumplimiento del déficit, la campeona de la consolidación fiscal. En la de los buques que regresan a las gradas, la del mascarón de la sanidad resistiendo por proa el tsunami de la privatización, la de la eficiencia. En la de la educación que oposita para plurilingüe, la de las bajadas selectivas de impuestos. En la de, dónde va a parar, «estamos mucho mejor que Andalucía y Cataluña».
Vivimos también en la Galicia envejecida y menguante, la de los millares de niños que ni pueden comer pollo, la de los 284.300 parados, la de las pensiones miserables. En la del AVE de nunca acabar, la que emigra de nuevo, la del descorazonador futuro para los jóvenes. En la de Ascaixas que son Abanca, la que resignada dice adiós a sus empresas emblemáticas, la del atraco en el peaje, la de las preferentes. En la que todavía -2014, ¿recuerdan?- no ha saneado sus rías, joya única.
Y hasta vivimos en la Galicia que algunos sentirán oprimida por el Estado mientras no se desperece independiente. En la súbdita postrada ante trono foráneo, la de la UE que mató al millón de vacas, la que anhela su soberanía productiva. En la que esquilman las eléctricas, la del idioma marchito, la que va a implantar el crédito público, la que se alzará ante el atroz neoliberalismo.
Vivimos la Galicia de Feijoo, esa Arcadia. Y la de romper a llorar. E incluso la ensoñada. La monárquica y la republicana. La del centro y la de los extremos. Vivimos tantas Galicias como gallegos hay y solo vivimos una. Porque Galicia es eso, la vida misma. Porque los gallegos somos eso, diversidad y concordia, Angrois al final del camino. Feliz día, Galicia. Fogar de Breogán. País o nazón. O noso lar, o de todos.