La fórmula mágica

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

21 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

«Pensamos que hemos dado con la fórmula mágica para ganar», dice el líder de Podemos, Pablo Iglesias, en uno de esos vídeos que perduran en Internet. Y lo dice con una expresión íntima de irrefrenable satisfacción. Pero no parece tratarse de una fórmula oculta, misteriosa o secreta, porque, en unas declaraciones a Venezolana de Televisión, asegura que aún se emociona al escuchar a Hugo Chávez, al que echa mucho de menos «por cuantas verdades ha dicho». La fórmula mágica parece quedar así desvelada.

Pero donde está más sembrado el líder de Podemos -y donde quizá se nos revela más peculiarmente infantil- es en sus confesiones personales. «Me molesta enormemente perder. No lo soporto. Ni a las chapas me gusta perder», afirma. O cuando nos cuenta que no quiere obtener un 15 % o un 20 % de los votos, sino la mayoría. Algo muy novedoso, porque, claro, los demás no tienen ambición y aspiran a perder siempre.

La verdad es que no me fascinan esos populismos radicales que manifiestan -un día sí y otro también- su voluntad de «hacer saltar por los aires el sistema». No acabo de ver las ventajas de la propuesta. Sé (no dejan de corearlo) que les tienen ganas a los responsables y directivos del Ibex-35 y a otros privilegiados del Estado, pero no acaban de pintar el cuadro resultante tras la demolición general, es decir, ese país de sus sueños que surgiría de las cenizas y que más parece una pesadilla que un objetivo deseable.

Muchos dicen que Iglesias no merece tanta atención, pero yo discrepo de esto absolutamente. Su discurso es tan mediático-populista como se quiera, pero también es distinto - «la deuda soberana no hay que pagarla»- y muestra una clara ambición de replantear los discursos políticos español y europeo. ¿Hay algún riesgo en ello? El tiempo lo dirá. Pero creo que si las otras fuerzas políticas no fuesen capaces de contrarrestar esta oratoria bolivariano-chavista, estaríamos mal. Porque sería la prueba de que los discursos en vigor han perdido contacto con la realidad. Y esto sí que sería grave.