En su famoso libro Capitalismo, socialismo y democracia, el gran economista austríaco Joseph Schumpeter formuló una de las predicciones que al cabo resultaron ser más equivocadas en la historia de las ciencias sociales: en la pugna sostenida por los dos grandes sistemas económicos del siglo XX, el capitalismo y el socialismo, era inevitable una victoria total de este último. Schumpeter daba en esto la razón a los marxistas, y lo hacía con tristeza, pues él se contaba entre los firmes partidarios del mecanismo de mercado.
Con la caída del muro de Berlín se impuso la tesis contraria, la del fin de la historia, que afirmaba que la conjunción de capitalismo y democracia se proyectaba hacia el futuro por los siglos de los siglos. Una tesis que ahora muchos de sus antiguos partidarios ven como completamente ingenua o trivial, sobre todo a partir del 2008, con el complejo mundo de dificultades y contradicciones que la gran crisis financiera ha traído consigo. En la nueva situación, que tiene todo el aspecto de consolidarse para una buena temporada, un nuevo y feroz enemigo del capitalismo va perfilándose cada vez con mayor claridad, y no es otro que? el propio capitalismo.
Mucho tiene que ver con ello la deriva ultrafinanciera del sistema económico a lo largo de las dos últimas décadas, que ha multiplicado los riesgos de accidentes gravísimos (y que, por desgracia, se mantienen vivos, dada la ausencia de reformas profundas en ese campo a escala global), pero sobre todo ha disparado algunas de las características más antipáticas del capitalismo en muchos momentos de su desarrollo histórico: la insoportable desigualdad y el ataque indisimulado a logros sociales que se consideraban consolidados (como el Estado de bienestar europeo, verdadero patrimonio de la humanidad). Las manifestaciones de hondo malestar que se van viendo por todas partes no son, desde luego, ajenas a todo eso.
No es raro, entonces, que empiecen a surgir voces bien templadas que advierten del nuevo peligro. Mark Carney, actual gobernador del Banco de Inglaterra, acaba de constatar «una perturbadora evidencia» en torno a que «los excesos del sector financiero y el ?fundamentalismo de mercado? que están en el origen de la crisis global han traído consigo una ruptura del contrato social de igualdad de oportunidades?». Lo ha dicho en una importante conferencia sobre el capitalismo inclusivo celebrada en Londres los días pasados, y cuya conclusión principal es que el afán depredador -lo que en los viejos tiempos se llamaba «capitalismo salvaje»- está minando seriamente la reputación del capitalismo y sus bases de apoyo social. Algo no muy diferente a lo que John Maynard Keynes y otros economistas políticamente conservadores supieron entender hace ocho décadas: que si actúa «sin complejos», llevando hasta el final la lógica de la maximización del beneficio, el capitalismo será enemigo mortal del capitalismo.