Elecciones, abdicación y chapuza nacional

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

05 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Me equivoqué. Pensaba, y así lo escribí, que las elecciones europeas se jugaban en segunda división. No iban a modificar un ápice el rumbo de la política europea, cuyo trazado se decide en las capitales de los Estados -con Berlín como primus inter pares-, o en los Consejos, y no en el Parlamento ni en la Comisión. Y en eso creo que acerté. Pero después rebajé el rango de los comicios al de una simple macroencuesta de ámbito nacional, una especie de anemómetro-veleta que mide la intensidad y la dirección de los vientos que soplan sobre la política doméstica. Y ahí metí la pata hasta el corvejón.

Me equivoqué. Las elecciones europeas han puesto en un brete al bipartidismo, se cargaron a Rubalcaba, añadieron más quilates a la chapuza nacional y ahora se cobran la pieza mayor: la corona de Juan Carlos de Borbón. Esas elecciones, que por miopía consideré intrascendentes, resultaron ser las más decisivas de los últimos tiempos. Sus efectos están siendo demoledores, quizá perduren y su desenlace se presenta incierto. Atestado de incógnitas.

Mi tesis arranca de la noche europea. Los resultados electorales caen como una bomba sobre una Casa Real resquebrajada por los escándalos. Sus dos baluartes políticos se desploman y, por primera vez, acaparan menos de la mitad de los votos. Entre las fuerzas ascendentes solo una -UPyD- se declara juancarlista. El horizonte, con elecciones locales y generales a la vista, se presenta sombrío para la familia real. Alguien recordaría esa noche que al abuelo lo tumbaron unas elecciones municipales. Y aún, de superar el primer envite, las legislativas dibujarán previsiblemente un arco parlamentario más refractario a la sangre azul y más proclive a la república. Incluso los socialistas, ya desprendidos de Rubalcaba y del pacto de la transición, tal vez recuperen para entonces su ADN republicano.

Esa madrugada o al día siguiente, cuando Rubalcaba anunció su marcha, se fraguó la abdicación. Antes de que la bandera tricolor y el himno de Riego se enseñoreen del hemiciclo. Mientras Rajoy y Rubalcaba aún estén en disposición de ofrecerle al monarca in péctore el 80 % del apoyo de las Cortes. Mayoría parlamentaria, sí, pero probablemente ya no mayoría social.

Mi tesis presupone que el presidente Rajoy no dice la verdad al afirmar que todo estaba previsto. No lo estaba cuando el rey, en su mensaje navideño, expresaba su «determinación» de seguir al frente de la nave. No lo estaba cuando le aseguraba a su fiel José Ortega que «moriría con la corona puesta». No lo estaba cuando, el pasado 4 de abril, el Gobierno se proponía incluir el aforamiento del príncipe heredero en la Ley Orgánica del Poder Judicial: ¿para qué hacerlo si antes de ser aprobada la reforma ya iba a gozar Felipe VI de inmunidad absoluta? No lo estaba y por eso todos rehicieron precipitadamente su agenda el pasado lunes, mientras el último monarca grababa su vídeo casero para la historia.

Nada previsto, todo improvisado y chapucero. Lo prueban estos dieciséis días de interregno. Nadie sabe a ciencia cierta quién reina hoy en España. El consabido «el rey ha muerto, ¡viva el rey!» no puede ser utilizado: nadie ha muerto, que se sepa, y tampoco nadie ha comenzado a vivir.