Aquí puede pasar cualquier cosa

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

30 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Es que van muchas. Y bastantes en Barcelona. Y en Madrid, donde fue difícil separar la guerrilla urbana del terrorismo puro. Y en el barrio del Gamonal de la tranquila ciudad de Burgos. Ningún caso es igual al otro, pero todos se desarrollan y terminan de la misma forma: una protesta social, un grupo de violentos que asoma, una policía que ataca, disparos, barricadas, contenedores quemados y un estallido violento que se contagia a otros lugares por esa vía de comunicación, pero también de contagio, que son las redes sociales. Esa violencia se ejerce contra todo lo que se pone por delante: contra guardias, contra bienes privados y públicos o contra medios informativos. Un día va a ocurrir una desgracia humana.

El caso que estos días nos ocupa es la rebelión del barrio barcelonés de Sants, donde fue desalojado y demolido un edificio municipal que era un símbolo del movimiento okupa. Desalojo y demolición se produjeron en función de una sentencia judicial, pero la casa estaba okupada desde hace 17 años. En ese larguísimo período ocurrió de todo: el lugar se convirtió en centro cívico, taller de multitud de actividades, local de convivencia de vecinos y casi en santuario de una parte de la sociedad que no es tan marginal como la presentan los medios de comunicación. Y algo que debe servir de precedente: la tolerancia de 17 años hizo que ese edificio ya fuese considerado de propiedad comunal. Había sido socializado.

¿Alguien pretendía que su destrucción fuese recibida sin la menor reacción? Como ayer se decía en Barcelona, si algún concejal lo pensó, es que no conoce la ciudad. Si los sucesivos alcaldes dejaron pasar más de dos lustros, si permitieron que los okupas echasen raíces allí y si los ocupantes desarrollaron más actividades de participación que el gobierno municipal, lo menos que podían pensar es que el desalojo sería doloroso. Y lo ha sido. Y todavía no sabemos cómo terminará, porque ni la autoridad puede permitir más actuaciones violentas, ni hay síntomas de solución dialogada, si es que cabe diálogo con actores agresivos.

Lo único que parece claro, como lección provisional, aunque repetida, es que hay mucho activista dispuesto a provocar el incendio social. Hemos convenido en llamarles antisistema, y quizá sean vulgares anarquistas. Saben cómo romper las protestas, cómo torear a la policía y cómo conseguir, al mismo tiempo, adhesiones sociales. Temo que utilicen el rechazo de la mayoría de la sociedad como estímulo para seguir actuando. Temo que sea un movimiento creciente, como expresión perniciosa del malestar. Y temo que solo tengamos para ellos una solución: la policial. Si es así, me voy al título de esta crónica: aquí puede pasar cualquier cosa.