...Y el despropósito de los exámenes finales

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

14 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El pasado 8 de enero escribí aquí un artículo (El despropósito de los exámenes de enero) que tuvo una respuesta desigual. Una alta autoridad universitaria y algunos colegas afearon mi conducta por desleal con la institución, haciendo gala de un corporativismo idéntico al patriotismo de partido: las críticas, dentro; fuera, silencio sepulcral. Mientras, docenas de miles de lectores (alumnos, sobre todo) apoyaban que alguien expresara lo que piensan la inmensa mayoría de los usuarios de un servicio que se planifica poniendo los intereses de los estudiantes a la cola de todos los demás.

Solo así se entiende el nuevo despropósito que ahora da comienzo: los exámenes finales, tras un segundo semestre, que ha sido poco más que un bimestre en realidad. Abierto a finales de enero y cerrado a primeros de mayo, se ha desarrollado entre febrero y abril, con los descuentos pertinentes de Semana Santa y Carnavales, el puente del 1 de mayo y otras fiestas y saraos. Los profesores nos hemos visto obligados a apurar, en consecuencia, en poco más de dos meses lo que debería explicarse en cuatro cuando menos, con el quebranto consiguiente para quienes, al tiempo que van a clase, deben estudiar a uña de caballo lo que así se les explica, en algunos casos ¡uno o dos días antes del examen! Inenarrable.

Cuando termina este absurdo maratón llega, claro, lo mejor: como si aún fueran bachilleres, los alumnos sin nada pendiente han de examinarse de cinco, seis o siete asignaturas en poco más de dos semanas, lo que es una supina crueldad, impropia de una universidad digna de tal nombre. La ensoñación, boloñesa por supuesto, es que los exámenes serían solo un elemento más de la nota final de la materia, que se conformaría también con la de las clases interactivas. Pero como estas son un cuento chino, resulta que el examen es el dato esencial, sino único, de la calificación.

Por si todo ello no fuera suficiente, el formidable despropósito acaba con un sistema de recuperaciones que, quien haya sido, ha planificado con la parte del cuerpo donde la espalda pierde su ilustre nombre: los suspensos de enero se recuperan acabando junio, es decir, tras haber pasado mucho más tiempo del razonable para un segundo examen; por el contrario, los suspensos de finales de mayo se recuperan a principios de julio, por tanto cuando los cateados apenas han tenido la oportunidad de repasar como es debido. Tal es la lógica disparatada del sistema: para recuperar enero, cinco meses; y para recuperar mayo, poco más de un mes y medio. ¡Viva Groucho Marx!

Todo muy racional y propio de una universidad del siglo XXI. Que lo es, sin duda, en muchos aspectos, pero no, desde luego, en lo que se refiere a la planificación de lo que afecta a sus directos usuarios: los sufridos, y pacientes, estudiantes.