Cuando se construye un otro malvado

Manuel Fernández Blanco
Manuel Fernández Blanco SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

OPINIÓN

14 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El asesinato de Isabel Carrasco, como todo acontecimiento impensable, ha perturbado nuestro pensamiento habitual, ese en el que soñamos despiertos. Ese acontecimiento real, pero imprevisto, nos ha despertado como lo hace una pesadilla. Frente a ese hecho inexplicable, una interpretación rápida de que no se trataba de un atentado terrorista, como tan bien ha explicado ayer Fernando Ónega en su columna de este diario, nos ha tranquilizado. Eso no quita nada al rechazo que todo asesinato produce en las personas sometidas a una conciencia moral, pero somos humanos, y el alivio tiene que ver con que a la pesadilla, al despertar, sigue el sueño de que no se trata de un retorno del terrorismo. Que se trate supuestamente de un crimen pasional (el odio es una pasión del ser), sustituye la inquietud por el enigma. Las informaciones que nos han llegado hasta el momento parecen apuntar al resentimiento por un despido y la no atención a la reclamación, recayendo las costas en la demandante. La comunicación de esto, el pasado viernes, pudo actuar de desencadenante del pasaje al acto. Aun así, resulta especialmente enigmático, de corroborarse esta sospecha, que madre e hija participen del mismo acto criminal, que una no detenga a la otra.

Este horrible acontecimiento parece apuntar a que Isabel Carrasco pudo ocupar para estas dos mujeres el lugar de un otro especialmente malvado del que podían pensar que no solo las perjudicaba, sino que se satisfacía con ello. La rabia, el malestar por un despido, no es una explicación suficiente para un acto criminal de esta magnitud, por eso una posible folie à deux, locura compartida y retroalimentada, sería algo a descartar en este caso.

El odio, en una situación así, puede verse agravado por el hecho de que aquel que se ha convertido en el otro que condensa el mal, forma parte de la familia (política en este caso), acentuándose así, a los ojos de quien se vive como perjudicado, el carácter malvado de su acto. En cualquier caso, esto no tiene por qué eximir de la responsabilidad plena sobre la conducta criminal.