El crimen de León

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

13 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Empiezo a escribir estas líneas conmovido por el crimen de León; por ese asesinato a balazos de Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación y del Partido Popular en esa provincia. Ha sido un golpe terrible, no solo por el impacto humano del suceso, doloroso y lamentable como todos los crímenes, sino porque se trata del asesinato de una profesional de la política, cometido en plena campaña electoral. El factor político aumentó la dimensión del drama humano, porque nos recordó los más dolorosos episodios, cuando se trataba de hacer abortar la normalidad democrática a base de coches bomba y tiros en la nuca. Con esa memoria histórica, y dentro de la gravedad del hecho, el Ministerio del Interior ha serenado el ambiente al comunicar que ha sido una venganza por motivos laborales. Se agradece, por tanto, la rapidez en la detención de dos mujeres sospechosas y la agilidad en la información.

Anotado eso, hay que repetir lo que decimos siempre que se produce un crimen: el único responsable es su autor. En este caso, sus autores. Es tremendo, pero la hipótesis de la venganza personal es, paradójicamente, un alivio dentro del terrible impacto de la noticia. La venganza limita el crimen al ámbito del delito común. No fue un atentado terrorista. No fue un intento de torpedear el proceso electoral. No es la súbita resurrección de ETA ni la aparición de nuevos y desconocidos enemigos de la democracia a los que desgraciadamente tuvimos que acostumbrarnos después de medio siglo de atentados de todos los terrorismos que hubo en nuestro país.

Ese alivio (da reparo escribirlo, pero es así) contiene, sin embargo, algunos serios motivos de reflexión. El primero es que seguimos teniendo la sensibilidad a flor de piel. Las ofensivas terroristas nos han dejado el ánimo preparado para cualquier crueldad, porque hubo atentados en campañas electorales y porque la matanza de los trenes de Madrid del 11-M se hizo en vísperas de las elecciones generales del 2004. Y el segundo, la agresividad que puede provocar en algunas personas el ver a alguien de su familia en paro por un despido o la no renovación de contrato. Hay ciudadanos y ciudadanas que tienen un arma de fuego y están dispuestos a utilizarla. Están dispuestos a matar y, cuando existe esa disposición, se puede conseguir, porque matar sigue siendo muy fácil. Basta tener un arma, basta cargarse de motivos irracionales y basta la voluntad de hacer el mayor daño posible.

Pero creo que lo urgente en este momento es evitar la alarma. Entre los cientos y cientos de miles de despedidos que hubo en España estos años, solo a esa gente se le ocurrió responder con el asesinato. Es muy elemental, pero en días como hoy lo debemos recordar.