A dos semanas para las elecciones europeas, una gran bolsa de incertidumbres se hace patente frente a los buenos propósitos de los candidatos para ocupar un escaño del Parlamento Europeo. El duelo político entre los partidos aspirantes para ganar la mayoría de los 750 asientos que representan a los 500 millones de ciudadanos europeos ofrece a los electores unos programas sabiendo que, por mucho que prometan, sus verdaderos intereses, individuales o de grupo, no se van a tener en cuenta. El problema es que hay desconocimiento o desconfianza de lo que hacen y disfrutan los parlamentarios que se van a elegir, porque están muy alejados y los ciudadanos europeos no se sienten representados. Esa es la realidad del problema.
Ante los conflictos que hay en Europa -crisis económica, Ucrania, nacionalismos, violación de fronteras y las inmigraciones- no se ve una acción conjunta de los líderes europeos, que muchas veces van a remolque de intereses foráneos, no siempre coincidentes con los europeos. Así, ante las sanciones que Obama propone para Rusia, la canciller alemana, Angela Merkel, no quiere implicarse tan fuertemente; y si vemos lo que ha sucedido en Crimea, y antes en Georgia y Kosovo, concluimos que no hay todavía fronteras seguras. Por eso el problema es que en la UE cada país tiene una idea distinta de Europa.