Ni se compran ni se venden

Ventura Pérez Mariño PUNTO DE ENCUENTRO

OPINIÓN

30 mar 2014 . Actualizado a las 08:00 h.

Hace ya muchos años, cuando estudiaba en Madrid, ante perentorias necesidades económicas, acudí al Instituto Hematológico (creo que era su nombre), en donde por una extracción de sangre, unos 400 centímetros cúbicos, me pagaron 500 pesetas, que me solucionaron el agujero que la capital era propicia a producir. Eran tiempos de necesidades y allí, en la sala de extracción, se congregaban personas que no eran nada fuera de lo normal. Recuerdo a uno, taxista, que acudía cada cuarenta y cinco días, que era el tiempo mínimo que había que respetar, y me explicó que con lo que le daban cubría el final del mes.

Hoy y cada día más, el dinero lo puede comprar casi todo (pueden comprarse celdas especiales en cárceles o enviar a la atmósfera óxido de carbono previo a su pago). Las líneas rojas que rodean a lo en principio es incomparable, son cada día más frágiles. En ese orden de cosas, de lo comprable, se debate si es lícito comprar el uso del cuerpo de las mujeres: la prostitución. Bien es sabido que la mayoría de ellas venden su cuerpo para el deleite del que paga y lo hacen, con escasas excepciones, a causa de la pobreza o de la adicción a la droga. Y aún para el supuesto de que se aceptase la voluntariedad en la decisión de la mujer, nadie pone en duda que su dignidad e integridad resultan atacadas. Y a pesar de ello están permitidas.

A distinta solución ha llegado el legislador que en año 2010 ha penalizado la venta de órganos corporales, pues a nadie se le escapa que la decisión de vender obedece a un estado de necesidad grave y supone un ataque a la dignidad e integridad de la persona. No es una decisión libre.

Hace unos días saltó la noticia de la detención de un acaudalado libanés que había intentado comprar un trozo de hígado para que le fuese trasplantado, sin llegar a consumarse la compraventa al donarlo un familiar. Los vendedores elegidos eran emigrantes obviamente necesitados que aceptaban vender un trozo de un órgano vital. No me cabe la menor duda que esos emigrantes que participaron en todo el proyecto vivieron con pánico e incertidumbre el proceso de extracción y solo su extrema necesidad los ha podido mantener en su decisión. Mientras, para el receptor del órgano corporal, se trataba solo de una transacción desregularizada en un mercado libre. Pero el mercado no puede ser el marco para cualquier transacción. Hay límites morales que no se pueden saltar.

Esas barreras no son siempre fáciles de identificar. Aquella venta de sangre que algunos hicimos en épocas estudiantiles, ahora, desde el año 1985, está prohibida. Y a mayores, el peligro de que se estableciese un mercado de compraventa de órganos corporales -como ocurre en algún otro país- hizo, como decía, que el pasado 2010 se penalizase.

Y esa legislación, que entonces parecía superflua ha encontrado su razón de ser por primera vez en España, aplicándosela al señalado acaudalado que pretendía comprar a un necesitado un órgano corporal por 40.000 euros.

Y aunque estamos en una sociedad en la que el dinero lo es casi todo, todo no se puede comprar ni vender.