Se va, se fue

Ventura Pérez Mariño PUNTO DE ENCUENTRO

OPINIÓN

23 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

¡Vaya tipo! Si tuviera que recomendar a alguien para compartir una hora o 24 horas de su vida, de todas las personas que he conocido, no tendría la más mínima duda en señalar a Adolfo Suárez. Cercano, amable, curioso y generoso, con el chófer, el camarero o el amigo. Firme y distante con el petulante. Un encanto de normalidad y humanidad.

Adolfo se ha ido dos veces, mejor dicho tres veces. Una cuando salió de las catacumbas franquistas y comprendió el mundo de los ciudadanos. Pero esto es otra historia.

Una segunda cuando se fue, incapaz de hacer sus memorias. A todos lo que le animábamos, inclusive instábamos, para que contase qué había ocurrido, ya nos habíamos quedado hace tiempo huérfanos. Ágrafo, era incapaz de hacerlo por sí mismo y por más que se defendiese diciendo que le dictaba notas a Marian, su hija, nos hemos quedado sin conocer su realidad.

Se ha ido sin memorias y nos ha dejado un poco más huérfanos. Y así nos hemos quedado sin saber de propia mano que el 23-F los golpistas le reservaron un cuarto en el Congreso de los Diputados, donde lo ataron sentado en una silla encima de una mesa, en donde permaneció unos minutos hasta que se pudo tirar de tan indigna posición, con la complacencia del propio guardia civil que lo custodiaba y que le suplicó perdón y le confesó que lo votaba.

Nos dejó sin contar cómo se sentía huero de ayuda de la derecha e izquierda, lo que hacía que en la misa del domingo de la mañana, de la lujosa urbanización en donde vivía, sus vecinos se sesgaban para no darle ni la mano ni la paz. Un pueblo desdeñando la solución. Tuvo que pasar mucho tiempo.

Nos dejó sin contar cómo vivía, escondido en la Moncloa, los domingos por la tarde después de jugar una partida de mus y ver una película de vaqueros, apoyado por su amigo Gutiérrez Mellado; al que le preguntaba: ¿Alguien, además de los dos, estará con nosotros?

Hace ya años que se nos ha ido. Envuelto en una nebulosa mental, guardó sus secretos para siempre. Y ahora se va definitivamente. Es su tercera muerte.

Le conocí tarde, y me encontré con un personaje que te espera con ilusión infantil; que te pregunta con ansia de comprender y aprender; que transfiere su protagonismo como el mejor; que bromea campechano con el camarero y que sonríe al que de lejos le señala; que pedía lo mejor para el amigo pues para él con la pertinaz tortilla francesa y el café con leche era suficiente.

Me encontré con un Adolfo Suárez, fuera de la política, absolutamente volcado con su mujer e hija mayor enfermas; dándoles todo su tiempo, el que fuera necesario para hacerles la vida más sencilla en aquellos duros momentos.

Me encontré con un personaje con el que se podía discutir de sí mismo, sin que él vetase el duelo.

Tuve la suerte de conocer a un personaje único que ahora se va para siempre. Adolfo Suárez, un hombre de inteligencia sobrada y explosiva intuición; dos armas que lo ponían por encima de todos sus coetáneos.

Cambió al país y nos cambió a todos. Años tuvieron que pasar para que los ciudadanos nos diéramos cuenta. Gracias, presidente. Mejor dicho, nada de gracias, pues estoy seguro que lo pasaste muy bien y que en esa bruma de los últimos años quedó instalada la satisfacción de haber sido útil para tu país.

Esta vez sí, gracias en cualquier caso.