El fracaso colectivo del monte Gaiás

OPINIÓN

15 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La Ciudad de la Cultura es una arroutada de Fraga. O un arrebato, en lengua castellana. Por eso nace sin un objetivo determinado, sin un estudio de sus costes de construcción, mantenimiento y programación, y sin relación con su entorno social y urbano. Y así se explica lo que hoy es: una payasada, recubierta de cuarzo brasileño, que no sirve para nada. Un continente en busca de contenido que acepta prostituirse con cualquiera que le dé ocupación. Y un aborto arquitectónico que, al quedar inconcluso, constituye un monumento a la megalomanía y el despilfarro que caracterizaron el fin de siglo.

Por su misma condición de arroutada institucional, la Ciudad de la Cultura llevaba implícita su penosa confusión entre continente y contenido, y el hecho de que tanto Fraga como Pérez Varela -que fue su intelectual de cabecera- decidiesen asombrar a la parroquia a base de desmesura e histrionismo arquitectónico. Por eso despreciaron a nuestros arquitectos: para contratar a dedo a un neoyorquino llamado Eisenman, cuestionado ya en medio mundo, que, a cambio de cuatro garabatos que los curritos de aquí consiguieron desarrollar, tapó nuestra boca paleta con facturas inenarrables.

Por eso digo que es un fracaso colectivo. Porque tiene el respaldo de cuatro mayorías absolutas. Porque fue glosado por un montón de papanatas que presumen de intelectuales y científicos muy viajados. Porque hicieron falta dos legislaturas y media -diez años- para detener tan tremenda mamarrachada. Y porque ese punto final se escribe sin el reconocimiento oficial de que el Gaiás es el monumento a nuestra ineficiencia política y gestora, a la inexistencia de un proyecto cultural colectivo, a una clase de expertos e instituciones que se venden más baratos que las fanecas, a un montón de robaperas que se forraron con las rebabas de sus contratos millonarios, y a una ciudadanía que adoró la desmesura cosmopolita como a un becerro de oro.

La suerte quiso que el acta de este fracaso se firmase en el obsceno contexto de la Pokémon, mientras la catedral, los colegios y hospitales se llenan de goteras, las universidades agonizan en sus deudas, las cúpulas de las cajas van directas al banquillo de los acusados y algunas de nuestras empresas más patrióticas y simbólicas se hunden en la corrupción y la miseria. Y por eso sería un buen momento para hacer, con buena perspectiva, el balance final de la era Fraga, de su paternalismo autoritario y del estilo de gobierno caracterizado por el populismo y la improvisación compulsiva. Pero mucho me temo que esa lección no está aprendida, y que el 99 % de nuestra población sigue creyendo que si llueve en los colegios, en los hospitales y en la catedral es por culpa de los recortes. Porque es más fácil echarle la culpa a otros que hacer examen de nuestros propios y graves errores.