Ministro ausente, repudio social

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

11 feb 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Si hay alguien acostumbrado a la bronca y al abucheo, ese alguien es el ministro de Educación y Cultura, don José Ignacio Wert. Desde que reveló su intención de españolizar a los niños catalanes, desde su ley de educación y desde que metió mano a las becas Erasmus, el nombre de Wert es sinónimo de bronca. No hay lugar por donde vaya que no registre una sonora pitada. Y todavía hay una protesta peor: la que registra periódicamente el barómetro del CIS y lo sitúa como el miembro del Gobierno peor valorado. «Alguien tiene que ser», dijo él en una ocasión, y lo acepta con resignación franciscana. Y desde esa resignación lo aguanta todo, el insulto y el agravio, y no se le ha pasado por la cabeza dimitir.

Por eso es extraña su ausencia en la gala de los Goya. Es cierto que tenía apalabrada una reunión con su colega británico, pero la fecha se podía negociar. Si no lo hizo, es porque no quiso y el encuentro de Londres le ofrecía una disculpa para no mezclarse con la vasca del cine, que, según Esperanza Aguirre, hace galas «contra el PP». Como alguien dijo, a nadie le gusta que le inviten a su casa y lo reciban con improperios. La ausencia de Wert ha sido un acto preventivo o de legítima defensa. ¿Legítima, he dicho? Ahora la reflexión que le queda al ministro es tan profunda como esta: si era peor el abucheo de la sala, aunque fuese retransmitido por televisión, o el abucheo de la opinión, que oscila entre considerarlo un ministro que huye o un ministro quemado.

El episodio, de todas formas, merece una consideración más amplia: cada día son más los personajes que no pueden aparecer en público sin provocar la ira ciudadana. Si no hay más incidentes, es porque los cargos públicos consiguen escabullirse de los testimonios de rechazo social. Aquí todo el mundo está cabreado por algo y necesita demostrarlo. La manifestación de Palma este sábado ha sido elocuente: declaraba la infanta, pero allí estaban los de Coca-Cola, las feministas del aborto, los parados o los movimientos contra prospecciones petrolíferas. Había más irritación social que expresión republicana.

Ese es el estado de ánimo del país. Las gentes del cine son una pequeña y discutible representación. Lo grave es que personajes públicos empiecen a tener problemas para salir a la calle o reunirse con un colectivo. Cuando eso ocurre, es que hay un dramático divorcio entre administradores y administrados. ¿Consecuencia? Que el ciudadano medio se desentiende y más de la mitad le dice al CIS que no sabe a quién votar. Y el poder, ante ello, se enroca más en sus razones y gobierna sin pensar en la satisfacción del contribuyente. Hasta que el contribuyente se harte y empiece a gritar todavía más la palabra dimisión.