¡Qué contrariedad! ¡Buenas noticias!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

24 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Era curioso repasar ayer a media mañana las ediciones digitales de los seis periódicos con mayor número de lectores en España (entre ellos La Voz, el quinto en ese ránking). Todos menos uno, el más cercano al PSOE, destacaban como gran titular la noticia que también daba La Voz («Primer descenso anual del paro en España desde el comienzo de la crisis»), con una fórmula bastante similar.

El diario que disentía de la línea general desterraba la noticia, sin embargo, a su sección de economía, en donde la ofrecía, además, bajo un titular que, sin ser falso («El empleo cierra en 2013 su sexto año de caída y el paro sube al 26 %»), resaltaba la peor cara de un hecho que solo puede disgustar a los que tienen motivos para no sentirse satisfechos con la ligera mejoría de la situación económica española. Aquellos que, sin reconocerlo públicamente, piensan para sus adentros, cada vez que se produce algún avance: ¡Qué contrariedad! ¡Buenas noticias! Tal es sin duda, más allá de los golpes de pecho con que los disgustados por las buenas nuevas económicas pretenden disimular sus sentimientos, lo que le ocurre a los partidos que están en la oposición. Entiéndaseme bien: no me refiero solo a los que ahora se oponen al Gobierno, sino a los que ayer, hoy y mañana -aquí y en todas las democracias del planeta- hacen oposición a quien sea que dirija el poder ejecutivo. Por decirlo sin tapujos: el mal disimulado enfado o desazón que provocan ahora las buenas noticias económicas en el PSOE o IU son paralelos a los que aquellas provocaban en el PP cuando gobernaba Zapatero.

Hasta tal punto, y por desgracia, las cosas son así que bien podría decirse que por encima de otras causas de desafección social hacia las organizaciones partidistas, esta se sitúa en primerísimo lugar. Y es que salvo los españoles cegados por el sectarismo partidista -convencidos, cuando no gobiernan los suyos, de que cuanto peor, mejor-, la generalidad del país que se alegra, como es lógico y natural, de que vayamos, aunque sea a cámara lenta, saliendo de la crisis, sabe a ciencia cierta que su alegría es compartida o no por los partidos según que aquellos estén en el Gobierno o en la oposición.

Ocurre de este modo que lo que en mayor o menor grado alienta a comerciantes, empresarios, trabajadores y parados y a los muchos millones de españoles no vencidos por el sectarismo partidista, hartos todos de una crisis que ha dejado el país hecho unos zorros, genera preocupación en la oposición -repito en la de ahora y en la de antes-, hecho terrible que abre una brecha formidable entre un pueblo que espera como agua de mayo la salida de la crisis y una clase política que celebra las buenas noticias cuando manda y no -por más que lo disimule- cuando aspira a gobernar. Así es, aunque resulte escandaloso.