En la catedral de Santiago llueve sobre mojado

OPINIÓN

28 ene 2014 . Actualizado a las 14:32 h.

Grandiosa, íntima, congruente y bellísima, la catedral de Santiago tiene goteras, humedades y descuidos que comprometen su futuro. Reconocida como la catedral románica más hermosa del mundo, sobre la que confluyen millones de peregrinos que recorren Europa bajo la orientación de la Vía Láctea, y convertida por los fieles en uno de los templos con más culto y más vida de toda la cristiandad, la impresionante basílica apostólica, sede metropolitana de Galicia e icono singular del Finisterre, no puede defenderse de las lluvias que supo soportar durante siglos.

Pero la catedral no es solo una iglesia. Es, con Inditex y Citroën, una de las mayores fuentes de empleo y riqueza de Galicia, la que sostiene un éxito más duradero. Por eso es la pieza esencial de eso que llamamos marca país. Porque, a pesar de que vivimos en una de tierra con abundoso y magnífico patrimonio histórico y artístico, tanto civil como religioso, la catedral de Santiago aporta más de la mitad de nuestra imagen internacional, al consolidarse como el eje que da vida y sentido a todo un proceso de construcción de riquezas y símbolos que ella misma corona.

Cuando nos hicimos nuevos ricos, también los gallegos quisimos construir torres de Babel que llegasen al cielo. Y, presos de una extraña fiebre de secularización patrimonial, quisimos quitarle a nuestra imagen su olor a incienso y sacristía. Pero la catedral, inmune a modas pasajeras y a estéticas de márketing, está más hermosa que nunca, y tiene más sentido, si cabe, que cuando la levantaron. Porque es un milagro de Dios hecho por hombres, aunque ahora tenga goteras que avergüenzan a esta generación.

Pero lo más extraño es que esto pasa en el momento en que Galicia es más rica, tiene más poder y más cultura, y dispone de técnicas más avanzadas. Y por eso conviene recordar cuatro cosas importantes. Que la culpa directa reside en los gestores del patrimonio público y en los administradores de la propia catedral, cuya ineptitud alcanza dimensiones cósmicas. Que el problema va mucho más allá de las goteras, y que pasados veinte años del último diagnóstico del Pórtico, por ejemplo, seguimos estantiguados ante la dificultad, mientras se discute si son galgos o podencos. Que el problema no proviene de la escasez de recursos, sino de la incapacidad para afrontar una revisión y arreglo general de todos los problemas acumulados a lo largo del tiempo. Y que la catedral no solo está siendo víctima de sus defectos estructurales, sino también de una concepción de su función y administración que la llenó de pantallitas, telefonitos, acero inoxidable y paneles de centro comercial que provocan más el improperio que la oración. Y todo esto no se va a curar hasta que haya alguien que la entienda, la quiera y la administre con valentía. Y ese gestor no sé si existe.