El policía y el bombero

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

18 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

En la ciudad de Madrid se produjo un chusco incidente entre un bombero y un policía. Como ambos tienen un alto sentido de su responsabilidad, el bombero no quería apartar la manguera porque estaba sofocando el fuego de un contenedor, y el policía quería pasar porque de él depende el orden ciudadano. Y no doy más detalles de la historia porque es un episodio menor y madrileño. Solo el desenlace: como el incidente tenía mucho de «a ver quién puede más», ganó el que más puede, que es el policía, porque tiene la potestad de detener. Y detuvo al bombero. Fin de la historia.

Lo llamativo vino después por dos secuelas que creo de interés. La primera, que «alguien» filtró los antecedentes policiales del bombero. Ni Ley de Protección de Datos, ni gaitas: había que demostrar que el bombero era el malo y así se supo, por ejemplo, que había participado en una manifestación obrera en el 2012. Para quedarse helado: un peligroso ciudadano, con agravante de bombero, que comete la insolencia de protestar. Diagnóstico del estado de la libertad: si te manifiestas en defensa de tus derechos, de tu gremio, de tu clase social o, simplemente porque estás indignado, entras en un fichero policial con ese estigma que se llama «antecedentes», que alguien puede difundir como si viviésemos en un sistema policial. Curioso método de respetar el derecho constitucional básico de manifestación.

Segunda secuela: los efectos políticos. Como los bomberos dependen del Ayuntamiento y los policías son de los Cuerpos de Seguridad del Estado, la alcaldesa de la capital y la delegada del Gobierno en Madrid también se enzarzaron en el «a ver quién puede más», aunque la delegada del Gobierno todavía no ordenó la detención de Ana Botella. Aquí no funciona la busca de la verdad ni de la justicia. Para la alcaldesa, si el bombero es de su jurisdicción, es magnífico, buena gente y funcionario ejemplar. Para la delegada, el bueno tiene que ser el policía, que cuida de nuestra seguridad, raya la perfección en sus actos y, como todos los policías, es personalmente ejemplar. Mucho más ejemplar que los bomberos.

Quede el episodio como la última demostración de los comportamientos políticos. Si alguien molesta a los poderosos, no ha cambiado nada en este país en el último medio siglo: van al archivo y le sacan los antecedentes. Y la justicia política que funciona es la de grupo o de gremio. Moraleja: si esa es la práctica ante subordinados cuya identidad la alcaldesa o la delegada ni siquiera conocen, imagínense ustedes cuál será la práctica entre compañeros de equipo, de partido o de Gobierno que se reparten el pastel. Así pasa lo que pasa. La política no es un arte. Es una endogamia. Y en casos de conflicto, un encubrimiento vulgar.