Los exámenes y la evaluación continua

José Luis Veira CATEDRÁTICO DE SOCIOLOGÍA DE LA UNIVERSIDADE DA CORUÑA

OPINIÓN

13 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El llamado plan Bolonia, al que nos hemos adaptado sin converger con Europa, propone el sistema de evaluación continua del alumnado como el más apropiado. Este sistema supone que la calificación final de un alumno en un curso no debe ser solo la puntuación obtenida en un examen final, sino que debe reflejar algún tipo de promedio en todas las actividades realizadas durante el curso. El hecho de que los exámenes finales sigan siendo entre nosotros la pieza clave de la evaluación obedece, a mi juicio, a que la evaluación continua requiere dos cambios estructurales fundamentales que no se han dado en nuestra Universidad: el primero se refiere a la estructura organizativa y el segundo a un cambio de actitud hacia el proceso de aprendizaje que implica un rol más activo del alumnado.

En cuanto a la estructura organizativa, nuestro sistema sigue sin adaptarse a la normativa europea: tenemos cuatrimestres en vez de semestres; tenemos el modelo 4+1 (4 cursos de grado y 1 de máster) en vez del europeo 3+2 (3 cursos de grado y 2 de máster) y tenemos grupos numerosos de alumnos, que aunque se dividan en las clases prácticas o interactivas, al final todos son evaluados por un profesor, lo cual dificulta el seguimiento personalizado del aprendizaje (este último aspecto se ha visto agravado con los recortes en contratación de nuevo profesorado). Estos desajustes limitan los recursos y condicionan las actitudes hacia el sistema de evaluación continua por parte de profesores y alumnos. Si la evaluación continua requiere un seguimiento personalizado del aprendizaje, ello debería traducirse en una reducción de asignaturas a impartir por cada profesor (quizás solo una por cuatrimestre) y en una reducción también del número de estudiantes a evaluar. Además de esta reducción de asignaturas por profesor, debería disminuir también el número de asignaturas por cuatrimestre; actualmente el alumnado soporta una carga de 6 o 7 asignaturas por cuatrimestre. Solo basta multiplicar este número por la cantidad de exámenes o trabajos escritos que cada profesor exige para hacernos una idea del sinsentido en el que nos hemos metido. En consecuencia, la racionalidad en las convocatorias de exámenes y el papel que estos deben jugar en un sistema de evaluación continua solo se puede conseguir abordando la reforma organizativa en la dirección señalada: reducir cursos y asignaturas y potenciar la evaluación basada en el seguimiento continuo del alumno. Quien piense que esto conllevaría una reducción de personal se equivoca; si echáramos números, nos sorprendería ver que todavía necesitamos más profesorado.

Las actuales convocatorias de exámenes (las de enero y junio correspondientes a los dos cuatrimestres) son anacronismos heredados de la antigua mentalidad. Estas convocatorias podrían suprimirse y cada profesor fijaría su examen final al término del cuatrimestre (diciembre y mayo). O incluso podría no hacer exámenes si lo estimara oportuno. En cuanto a la convocatoria de julio (los exámenes llamados de segunda oportunidad, como si de un concurso se tratara) también debería desaparecer porque se da de bruces con la filosofía de la evaluación continua. Los exámenes siguen siendo importantes, pero deben incorporarse al sistema de evaluación continua y por tanto hacerse en horas de clase normal. Estas modificaciones sugeridas nos acercarían al modelo europeo y además permitirían una reestructuración más racional del calendario académico.