Los jóvenes cantores de Rajoy

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

19 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Este fin de semana el señor Rajoy se reunió con sus cachorros. Todo resultó muy aparente, los chicos enardecidos cantaron el «Soy español, español, español», y al presidente le gustó mucho, porque sonrió complacido. Además, dijo eso que gusta tanto a la derecha de que no se juega con la soberanía nacional y le quedó muy contundente. Entre las razones esgrimidas para no ceder en soberanía, hubo una que me impactó de forma especial: «Soy presidente del Gobierno». A las 24 horas de tamaño ejercicio de autoridad, Mas-Colell, que es consejero de Hacienda del Gobierno catalán, habló en Madrid y dijo que Cataluña tendrá Estado propio «esta generación o la siguiente», si prevalece la línea extrema del Gobierno español.

Es fácil comprender que las dos escenas muestran posiciones irreconciliables. En el caso de Rajoy, no tanto por sus palabras, que no podían ser otras, sino por el coro que lo acompañó. El canto del «Soy español» representa un patriotismo folclórico, más propio de las trincheras que de la reflexión pausada. Cuando se entona como acto reflejo de afirmación de una invocación españolista, tiene el inequívoco sonido de la confrontación. Cantan las vísceras y no la cabeza y, si el presidente sonríe, es que sufre un problema óptico: entiende que ese argumento acobarda a los soberanistas. Dudosa forma de serenar los ánimos y de no provocar reacciones igualmente viscerales. ¡Qué bien le hubiera quedado al presidente un simple subrayado: «Los catalanes también son españoles»! Pero no tuvo ese reflejo.

En el caso de Mas-Colell, la consideración no es mejor. ¿Qué entenderá el señor consejero por «línea extrema en el Gobierno»? ¿Le parecerá extremista que su presidente invoque los principios de la Constitución? ¿Pretende acaso que no defienda la soberanía nacional? Pues empiezo a tener la impresión de que ese es su pensamiento y el pensamiento de todo el nacionalismo catalán. O los administradores del Estado aceptan sus tesis, o son unos intransigentes y unos extremistas. Los nacionalistas se consideran con todos los derechos para exponer sus razones, a veces con falsedades que ofenden al conocimiento, pero todo lo que hace y dice Madrid son para ellos agravios del Estado. Se llega así a la absurda conclusión de que toda legislación es anticatalana y «fábrica de independentistas», como se suele decir, si no coincide con los planteamientos nacionalistas.

Así está el patio del diálogo. A la distensión de un día corresponde la vuelta a la tensión al día siguiente. Menos mal que Mas-Colell empieza a ver el Estado catalán para la «generación siguiente», y para entonces todos calvos. Pero hoy por hoy se hablan lenguajes tan distintos que resulta imposible coincidir.