¡Ay!, la neurosis del poder

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

17 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

E n 1993 publicó en España Alianza Editorial la traducción de un libro aparecido en Italia un año antes titulado La neurosi del potere (?La neurosis del poder?). Su autor, Piero Rocchini, que cuando lo escribió llevaba nueve años ejerciendo de psicólogo en el Parlamento italiano (no sé si tal puesto existe en el español o en el gallego), utilizaba su vastísima experiencia de contacto directo con los honorables diputados para radiografiar los efectos perversos que provoca en los representes políticos el continuado desempeño de cargos de notable relevancia.

Una de las conclusiones esenciales de la apasionante obra de Rocchini, en realidad un estudio sobre la degradación de los partidos italianos y del sistema político que aquellos manipulaban a su gusto, resultaba devastadora: que una clase dirigente inútil y de corte cada vez más parasitario era perjudicial y debía ser superada, pues daba lugar a un poder que se nutría a sí mismo, olvidando la finalidad para la que había sido creado.

A tan terrible constatación llegaba Rocchini tras un análisis que en el apartado titulado Neurosis narcisista encerraba algunas de sus más sabias e inquietantes reflexiones: entre otras, aquellas en las que el autor resumía el mensaje que envían los políticos («Soy una persona importante, mejor dicho: importantísima. Soy el centro del universo y los demás existen para dar vueltas a mi alrededor»); subrayaba que «un componente importante de la neurosis narcisista era el sentido de la grandiosidad, la importancia excesiva que se trataba de atribuir a cada acto propio»; denunciaba que «el narcisista vive en el mundo como si fuera un habitante de otro planeta, de modo que solo mediante un esfuerzo extremo consigue percibir lo que sucede a su alrededor»; o, en fin, insistía en que el político narcisista «vive para sí y la atención hacia los demás es solo instrumental», de forma que todo lo que está «por debajo de su nivel de consideración se convierte en una amenaza para la autoestima, lo que se traduce en agresividad y depresión».

Como es obvio, no todos nuestros políticos padecen este mal, como no lo padecen todos los profesores universitarios, entre los que, por motivos diferentes, la neurosis narcisista está también muy extendida. Conozco políticos sensatos y profesores de universidad de una sencillez y humildad sencillamente proverbial. Pero hablando en grandes números, la obra de Rocchini, cuya lectura les recomiendo vivamente, da en la diana con la misma precisión con que Guillermo Tell atravesaba con una flecha la manzana colocada en la cabeza de su hijo.

Sea como fuere, nada de esto tiene que ver, como los inteligentes lectores ya habrán adivinado, con ningún episodio de la política cercana. Es solo una reflexión, algo acongojante, de una otoñal tarde de sábado.