Albert Camus

Francisco Vázquez FIRMA INVITADA

OPINIÓN

07 nov 2013 . Actualizado a las 11:03 h.

Tal día como hoy hace cien años nacía en Argel Albert Camus, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX. Novelista, dramaturgo, ensayista y periodista, Camus es el prototipo del intelectual comprometido con su tiempo y cuya vida es siempre consecuente con las ideas y los principios contenidos en su obra.

Nunca se sometió a la servidumbre de lo «políticamente correcto» y en defensa de la libertad del individuo fustigó por igual cualquier manifestación de totalitarismo, fuera nazi o comunista, lo que le acarreó la enemistad de Sartre y otros autores que defendían el comunismo, considerando que el fin siempre justifica los medios, sentencia que Albert Camus rechazaba al preguntarse qué es lo que justifica el fin.

Su pensamiento y su obra están presididas por su firme rechazo a la violencia, sea cual fuera su causa, ya que consideraba que la vida de cualquier hombre era superior a todas las ideologías y creencias.

Albert Camus nació en el seno de una humilde familia de pieds noirs, denominación que se daba a los colonos franceses asentados en Argelia. Su padre murió combatiendo en la Primera Guerra Mundial, y su madre, de origen menorquín, analfabeta y muy silenciosa al padecer sordera, tuvo que trabajar de asistenta para sacar adelante a su familia.

Un profesor de su escuela, Louis Germain, apreció sus incipientes dotes intelectuales y lo amparó, consiguiendo las becas que le permitieron estudiar el bachillerato y licenciarse en Letras.

Formó parte de la Resistencia francesa que luchó contra los invasores nazis. Se le encomendó la dirección del periódico clandestino Combat. En su redacción Albert Camus conoció a una joven exiliada española, la coruñesa María Casares, hija del político republicano también coruñés Santiago Casares Quiroga. Con el tiempo, ella llegaría a a ser primera actriz de la Comedie Française y ambos mantendrían una larga y apasionada relación amorosa.

Camus fue un luchador incansable contra la dictadura franquista, escribiendo libros, publicando artículos e incluso interviniendo en actos públicos de solidaridad con España, principalmente con ocasión de las huelgas de los mineros de Asturias de los años cincuenta. Su entrega fue tan apasionada que otro ilustre exiliado coruñés, Salvador de Madariaga, lo calificó como «Don Quijote».

Impregnado de la duda y la incertidumbre tan propias del existencialismo de la época y que él definía como el absurdo, el agnóstico Camus, poco antes de su prematura muerte en un accidente de automóvil, buscaba la idea de un Dios que diera trascendencia a la vida y que identificaba con el cristianismo, tal como se recoge en un interesante libro sobre su pensamiento, titulado El existencialista hastiado.

Su visión del mundo se refleja perfectamente en el discurso que pronunció en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura que recibe en 1957 y que, por cierto, dedica al maestro de su niñez. Dice en aquella ocasión Camus: «Cada generación sin duda se cree predestinada para rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero quizá su tarea es mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga».

El mundo del cómic está presente en la obra de Camus. Hay una preciosa edición de su novela El extranjero ilustrada por José Muñoz y recientemente el francés Jacques Fernández ha publicado un álbum basado en el relato de Camus El huésped.

Uno de los mejores conocedores de la obra de Camus es mi querido amigo el actual alcalde de Lugo, Pepe Orozco, cuya tesina de licenciatura versaba sobre el tema Hombre y Dios en Albert Camus.

El escritor y pensador francés tiene una calle dedicada en A Coruña, situada como no podía ser en ningún otro lugar, en la fachada de la Casa del Hombre; para su inauguración reservé mi último acto como alcalde, el mismo día de mi despedida, como tributo de homenaje al hombre que más influyó con sus ideas en mi propia formación.