Perfección

José Francisco Sánchez Sánchez
Paco Sánchez EN LA CUERDA FLOJA

OPINIÓN

24 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

La diferencia más obvia entre animales y humanos es que ellos son perfectos desde que nacen hasta que mueren: su período de gestación es menor, su infancia dura un suspiro y llegan a la condición de adultos, acabados, sin pasar por una etapa cada vez más larga, a menudo dolorosa y típicamente humana: la adolescencia. Las personas, sin embargo, tenemos mucho que crecer, por dentro y por fuera, desde que nacemos hasta que morimos. Nunca somos perfectos, como ellos. El don de la libertad nos obliga a trabajos incesantes que tienen que ver con nosotros mismos, con el moldeado del propio corazón, y con los demás.

De algún modo vivimos siempre en el filo de la navaja. Nunca solos, pero no siempre acompañados. Llevamos la carga de construir nuestra propia perfección, una carga tan excesiva que a veces puede desequilibrar al más sensato. La angustia de vivir no es un invento católico, la genera nuestra inagotable sed de perfección, bien descrita ya en los mitos griegos. El invento católico es el perdón. En The Killing uno de los protagonistas, abrumado por mil problemas graves, envidia a un perro: esa complexión que le permite cumplir suavemente con su destino de perro. «Él es perfecto», decía. Nosotros, no. Por eso ser humano significa comprender, ponerse en el pellejo de los demás y entender desde dentro sus luchas, sus errores, sus sueños, sus cansancios, sus heridas, sus ansias, sus miedos. Querer es aceptar a los otros con sus defectos y darles espacio para la mejora, sin juzgarlos demasiado. Algún día tenía que explicar por qué titulo este espacio «En la cuerda floja». Queriéndolo o no, ahí vivimos.

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