El vodevil de los corruptos

José Carlos Bermejo Barrera FIRMA INVITADA

OPINIÓN

22 jul 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

Es el vodevil un género teatral en el que varias parejas de personajes representan sus papeles en el eterno juego del engaño y la infidelidad, una infidelidad generalizada que todo el mundo conoce, pero de la que no se puede hablar hasta que alguien es sorprendido in fraganti practicando sus proezas amatorias en lecho ajeno. En un buen vodevil debe haber muchos engaños, mentiras y malentendidos y en el escenario en el que se representa debe haber puertas que se abren y cierran constantemente y armarios adecuados para esconder al amante. En el vodevil todos tienen las mismas aspiraciones: lograr el mayor placer, que siempre ha de ser un placer prohibido, pero de tal modo que uno pueda seguir pareciendo decente.

Podríamos decir que en España la escena política, que como toda buena representación teatral no ha de ser más que una ficción verosímil, ya no es una tragedia -la tragedia es la propia realidad- sino un vodevil o una comedia bufa. Todo el mundo sabe que hemos alcanzado un muy elevado nivel de corrupción en la vida pública, así lo confirman las encuestas, y de nada sirve afirmar que la mayor parte de los políticos siguen siendo honrados, cuando el único discurso verosímil de los principales partidos y de los periodistas es el discurso de la corrupción del prójimo.

Lo que ocurre con la terrible realidad de la corrupción es que en el discurso político y periodístico funciona como un juego de engaños, complicidades y trampas, en el que no se puede decir lo que todo el mundo sabe hasta que alguien es pillado con las manos en la masa, del mismo modo que el amante furtivo del vodevil es pillado con la mujer de su prójimo, cuya discutible virtud solo entonces pasa a ser clasificada con un término bien conocido. No importa que en España hayamos logrado altas cotas en esta comedia, como cuando el director general de la Guardia Civil estaba en busca y captura por parte de los agentes de su propio cuerpo o cuando la máxima autoridad monetaria del país fue detenida como delincuente económico.

¿Hay alguien que dude de que pueda existir corrupción a nivel municipal, tanto en el campo del urbanismo como en las concesiones de contratos públicos?

Y que exactamente lo mismo ocurre a nivel autonómico y estatal en un país en el que el dinero público lo fue todo. ¿Qué se puede decir de unos parlamentarios cuyo sueldo está en parte exento de IRPF, en un país que bate récords en fraude fiscal y cuyos ingresos públicos se obtienen básicamente de los impuestos sobre los salarios y el consumo de las clases bajas y medias, cuando además esos parlamentarios aprueban recortes de todo tipo y predican la moderación salarial? ¿Cuánta gente sigue creyendo aún que la Justicia funciona cuando casi ningún político condenado por corrupción acaba en la cárcel por mucho tiempo, y cuando da la impresión de que se puede sacar del medio a un juez si intenta llegar muy lejos en una investigación de este tipo?

¿Cuántas contabilidades puede haber en un partido o en una institución?: la legal, que se audita con las cifras que voluntariamente se envían a los tribunales de cuentas, que publican sus informes cuando los posibles delitos ya han prescrito y que además no promueven acciones penales; la segunda, con la que se pueden cubrir déficits con donaciones u otros ingresos, solo para beneficio de la institución; la tercera, que desvía fondos para financiar al partido de turno; y la cuarta: aquella con la que se compra el silencio de quien tiene que hacer la contabilidad irregular, que, si sale rana, acaba por crear la quinta para su propio beneficio.

Todos juegan al mismo juego con mayor o menor intensidad, con mayor o menor apasionamiento y obteniendo mayores o menores beneficios. Y todos saben decir: «Eso no es verdad, no me has visto», «¡pues tú más!», «demuéstralo si puedes», a la vez que corren a ese lugar en el que se salvan diciendo: «¡Por mí y por todos mis compañeros!». Lo malo es cuando cogen a uno con las manos en la masa y ya no se pueden tergiversar las pruebas ni batir récords en interpretaciones torticeras de la realidad y el lenguaje, con la imprescindible ayuda de medios de comunicación afines y de jueces y magistrados maestros en el arte de archivar y sobreseer. Entonces dirán todas las voces al unísono: «¡Increíble!, ¿cómo es posible que haya corrupción?, ¡caiga sobre el culpable todo el peso de la ciega ley!». Mientras tanto, la realidad continúa empeorando, siguiendo su propio camino.