Querido Portugal

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

08 jul 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Amo Portugal, y más aún en estos momentos de crisis. Lo amo, sobre todo, porque tiene una clase culta que es, sin duda, la más internacional y menos egocéntrica (es decir, la menos francesa) de la Unión Europea. La encuentra uno en los ambientes universitarios, en los periódicos o en los foros literarios y artísticos. Son portugueses que tienen una visión global de la cultura y que citan con frecuencia a autores extranjeros. Pero cuando un forastero reivindica con énfasis a un escritor portugués (Camoes, Pessoa, Eça de Queiroz, Saramago, Torga, Lobo Antúnes, etcétera) entonces guardan un silencio enigmático, quizás porque temen que uno los cite tan solo por deferencia o cortesía. Y se equivocan porque estos talentos no abundan en otros lugares.

Amo Portugal porque tiene menos pedantes que cualquier otro país de los que conozco. Amo Portugal porque tiene una población amable y comprensiva, capaz de entender y disculpar casi todos los fallos humanos. (Un amigo andaluz protestaba un día en una parada de transporte público en Lisboa porque el autobús no acababa de llegar. Quienes estaban en la cola enseguida se pusieron a justificar la tardanza y le explicaron que podía deberse a una avería, un accidente o un atasco. Imposible no respetar argumentos tan llenos de sentido común).

Amo los fados portugueses, canciones de identidad que camuflan la rebeldía bajo una apariencia engañosa de abandono. Porque los portugueses son profundos y no sienten la urgencia de lo banal. Saramago habló por ellos cuando dijo: «No he hecho en cada momento nada más que lo que tenía que hacer y las consecuencias han sido estas, y podrían haber sido otras». No es indolencia ni desidia, es sabiduría profunda. Amo Portugal porque tiene la historia -y la memoria- de un país que descree con orgullo. Por eso afirmo, con Lobo Antúnes, que «me es insoportable oír decir que es un país pequeño y periférico. Para mí Portugal es central y muy grande». Un pueblo esencialmente cosmopolita porque -lo dijo Pessoa- «nunca un verdadero portugués fue portugués: fue siempre todo».