La «traquea» y el «perone»

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

15 jun 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

A lo largo del tiempo, muchas palabras del español han cambiado el acento prosódico. Las causas van desde el afán de aproximarlas a sus étimos hasta meros accidentes y errores. Veamos algunos ejemplos.

El latín imbecillis tenía los significados de 'débil', 'ineficaz' y 'cobarde'. El español lo incorporó como voz aguda, imbecil, para calificar al enfermo, flaco o débil. A principios del siglo XIX pasó a escribirse imbécil, quizá por contaminación de la forma francesa imbécile.

En el caso de palabras procedentes del griego a través del latín, cuando se acentúan etimológicamente lo hacen unas veces según el latín y otras atendiendo a su origen griego. Y se dan casos de voces españolas acentuadas según un criterio y que cambian con el tiempo. Ocurre, por ejemplo, con parásito (del latín parasitus y el griego parasitos). Fue voz grave, parasito, y a finales del XVIII comenzó a alternar con la esdrújula parásito. Hoy solo se usa esta. El gallego, sin embargo, conserva parasito.

Púdico (del latín pudicus), 'casto, pudoroso', alternó con pudico, más etimológica, que usaba Tirso: «... jamás me dio causa / a enojos ni a quejas, / espejo pudico / de castas y cuerdas».

A los médicos les cambiaron muchas palabras. Peroné (del griego peróne, aunque nos llegó a través del francés péroné), el hueso de la pierna, fue hasta mediados del XIX perone. Y tráquea (del latín trachia) aparece como esdrújula en el Diccionario de 1843. Hasta entonces era traquea -como en gallego-, aunque los galenos también le llamaban asperarteria y traquiarteria, que impresionaban más a los pobres diablos que estaban en sus manos.

A veces da vértigo este idioma en que los vizcaínos fueron vizcainos y los arcenes árcenes. Pues bien, vértigo (del latín vertigo) también fue vertigo, y así lo registró inicialmente la Academia, aunque ya mudó el acento a finales del XVIII.

Algo peor que vértigo era lo que sufría un economista que cuando paseaba por el puerto de A Coruña con su esposa cedía a esta el lado del mar porque a él le daba vértice -decía- ver el agua desde lo alto.