Emprendedores del país de Liliput

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

28 may 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Al fin creo que voy a crear una empresa. Ando un poco mayor, pero de arruinados, al río. He leído lo fundamental de la llamada Ley de Emprendedores y creo que reúno las condiciones para meterme en la aventura. Nunca hubo un Gobierno ni asimilado que me lo pusiera tan tentador. Fijaos. Poca tributación fiscal, con un detalle que el Gobierno se preocupa de señalarme: si nada gano, nada pago, lo cual será un triunfo de la obviedad en el Boletín Oficial del Estado. Si fracaso, no tendré que responder con mi vivienda habitual. En 24 horas puedo hacer todo el papeleo, y hay una tarifa plana de 50 euros en las cotizaciones a la Seguridad Social. La lectura del papelín recuerda a los vendedores que andan por los mercadillos con mercancías del «barato, barato».

Solo tengo algunos inconvenientes que supongo que el bondadoso Gobierno sabrá resolverme. Por ejemplo, mi vivienda. Hice la primera consulta al banco para que me financie el proyecto que todavía no tengo, y me dijo que sí, pero que tengo que avalar mi idea empresarial con algún valor contante, y no me vale mi mujer: tiene que ser precisamente mi vivienda. En cuanto a la tarifa plana, resulta que es para menores de 30 años y, como yo duplico esa edad, no sé si he perdido ya ese derecho o lo tendré también duplicado. Estos dos detalles me desencantan un poco, pero no me voy a rendir: si en 48 horas puedo crear una empresa, ¿cómo me voy a negar? A saber los cientos de millones que perdió Amancio Ortega por los plazos de tramitación, pobriño, de ventanilla en ventanilla y un capital en pólizas. A mí no me pasará eso.

Solo me falta una menudencia: la idea de empresa. Esa es otra dificultad que el Gobierno se empeña en no resolverme, pero tampoco caigo en el desaliento: si un conocido mío fue capaz de hacer un capital a base de criar y alimentar lombrices (sí, las de siempre, las miñocas) para hacerlas defecar y de ahí obtener abono para jardinería de postín, algo se me ocurrirá. Lo mismo lo copio y hago en Mosteiro un criadero de miñocas, que se dan muy bien. Atentos, que está a punto de nacer el emprendedor-innovador del siglo: el emprendedor de la miñoca.

No es ninguna tontería. En el fondo, lo que busca esta Ley de Apoyo al Emprendedor es que cada cual se las arregle como pueda; que el parado, en vez de buscar trabajo, promueva el autoempleo; que la nación se pueble de pequeños promotores, porque el autónomo y las pymes son los únicos que crean trabajo en España, y que en vez de fábricas hagamos talleres de reparación. Esa es la opción, aunque hay que reconocer que con muy buena voluntad oficial. Lo que nadie acaba de diseñar es el modelo de país. O quizá sí: en el ámbito empresarial, el país de Liliput.