Todos enamorados del príncipe Felipe

OPINIÓN

06 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

El mismo error que hemos cometido con el rey -elevarlo a las nubes, convertirlo en arquitecto de la transición y de la libertad, reírle las gracias que no tenía y llamarle campechanía a las meteduras de pata- empezamos a cometerlo con el príncipe de Asturias, que, teniendo la gran virtud de ser normal como la vida misma y en todos los sentidos de la palabra -normaliño, dirían en Forcarei-, empieza a ser alabado o servilmente adulado por los que, oyéndole decir cualquier lugar común como los que usó en el acto judicial de Barcelona, sacan de ahí abundante petróleo y algunos diamantes ya tallados.

A mucha gente le parece que esta cortesanía es inocua, que los dulces no amargan y que hay un cierto señorío en ensalzar a las cabezas que portan o esperan la Corona. Pero yo me temo que detrás de este comportamiento se esconde un concepto equivocado de la monarquía, una disección impropia de sus componentes, y una fuente de errores como los que ha cometido el rey.

El rey no se vigiló a sí mismo y a su familia, ni fue discreto en sus actividades económicas y fiscales, porque estaba en la nube, y porque creyó que la tierra no era para él. También creyó que los advenedizos eran una cosa y la sangre azul otra, y que aprovechar la desastrosa defensa de Urdangarin para trazar una muralla protectora alrededor de sus hijos era posible, ético y conveniente. E incluso ahora, cuando está cercado por el fuego, está convencido de que el príncipe puede montar un nuevo mito monárquico -«por la gracia de Dios», se decía antes-, sin que nadie se acuerde de que solo es un hombre, de que es hijo de sus padres, hermano de sus hermanas, marido de Letizia y cuñado de sus cuñados. Y por eso empieza a moverse en medio de una asepsia sublime que resulta muy cargante.

A mí me gustaría verlo abrazando a su hermana imputada. Y apoyando a su padre, el rey, incluso equivocado. Y celebrando los cumpleaños con sus sobrinos. Porque si él no los asume y quiere, ¿cómo vamos a quererlos nosotros? También querría verlo implicado en esos pleitos engorrosos que acosan a la familia real, para que todos ahondemos en la comprensión de esa república biológica -la Corona- que, para mantenerse, debe ser aceptada en todos sus extremos, sin creer que la legitimidad del príncipe puede ser distinta de la de sus hermanas.

No pido que tropiece en todas las alfombras y escalones, como su padre, pero creo que tiene añitos para tropezar alguna vez, poniendo de manifiesto su única cualidad -la normalidad absoluta- que nos puede interesar. La tendencia, sin embargo, es la de meterlo en una urna de cristal, para que no lo empañen ni la herencia ni la familia. Y mucho me temo que por ahí vendrá la III República. Porque nada deslegitima más a las instituciones biológicas que no reconocerse una parte intrínseca de la propia especie.