Grandeza y miserias de la democracia actual

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

06 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Si comienzo este artículo afirmando que las democracias avanzadas de hoy en día son las mejores que hemos tenido jamás, bastantes pensarán que me ha dado un aire o que estoy pagado por el oro de Berlín.

Por tanto, denlo por no dicho y permítanme empezar de otra manera: que, como el que más, soy consciente de los profundos vicios de nuestras democracias: del asfixiante dominio partidista sobre muchas instituciones estatales; del mal funcionamiento del principio de división de poderes; de la burocratización y oligarquización de los partidos, que han establecido un perverso mecanismo de selección inversa de sus élites; de la falta de mecanismos de participación democrática directa; o de la existencia de bolsas de corrupción, malas de erradicar, en instituciones y partidos. Aunque, desde luego, podría seguir enumerando vicios de las democracias actuales, bastará con decir, como resumen, que es urgente perfeccionar su manifiestamente mejorable calidad.

Todo eso es cierto, y, si me admiten la inmodestia, lo sé bien, pues llevo muchos años estudiando el nacimiento, evolución y funcionamiento de los sistemas constitucionales, primero liberales y luego democráticos.

Pero, por ello mismo, tengo, como tanta otra gente en la misma situación, perspectiva para sostener lo que antes afirmaba: que, pese a todos sus defectos, jamás las democracias han sido mejores que las de hoy. Nunca han sido menos violentas, nunca ha participado en ellas tanta gente y nunca han sido capaces de generar mecanismos tan eficientes de control jurídico y político de los poderosos. Jamás, como ahora, se han respetado los derechos de las mujeres o los niños, o los de minorías que hasta hacen nada eran ignoradas (los minusválidos) o estaban perseguidas (los gitanos o los homosexuales).

¿Cuándo, en el pasado, la libertad religiosa, la de prensa o la de voto han estado mejor defendidas por los jueces? ¿Cuándo, como ahora, ha estado la pena de muerte abolida en prácticamente toda Europa? ¿Cuándo los mecanismos de protección social han sido mayores que los que hoy existen en las principales democracias europeas? ¿Cuándo han sido más amplias las clases medias y cuándo han disfrutado de un nivel de vida comparable?

Y sí, tenemos corrupción -vergonzosa e inadmisible-, pero esta ha dejado de ser, como sucedió hasta hace nada, un componente estructural de los sistemas políticos para convertirse en una excrecencia de los mismos, perseguida penalmente y socialmente condenada.

La terrible crisis que vivimos lo ha puesto todo, como era de esperar, patas arriba. También la capacidad para juzgar con equilibrio vicios y virtudes de nuestras democracias. Pero malo sería que nos dejáramos llevar por la demagogia infinita de unos cantos de sirena, que lo son hoy de grillos de naturaleza diferente.