La visita

Xosé Carlos Arias
Xosé Carlos Arias VALOR Y PRECIO

OPINIÓN

13 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

El ciudadano europeo más poderoso -desde luego mucho más que el presidente de la UE, y probablemente tanto como la canciller alemana- acaba de dejar su tarjeta de visita en el Congreso de los Diputados. El fugaz paso por España de Mario Draghi es un hecho singular, al menos por dos razones. En primer lugar, se supone que Draghi ha venido a explicar las decisiones adoptadas por el consejo del BCE, que tanto han influido en la actual deriva de la economía española. Para bien y, sobre todo, para mal. Para bien, porque a lo largo del último año el BCE se ha acercado algo al papel de prestamista de última instancia que en los años anteriores se había negado a asumir; sin las tres operaciones de compra masiva de bonos del 2012, es seguro que el grado de inestabilidad financiera en el continente sería ahora mismo insoportable, y ello afectaría particularmente a nuestro país. El problema es que ese modo de actuar ha formado parte de toda una operación de chantaje: quieres financiación fresca, pues aplica esta dura medicina, consistente en ajuste fiscal a ultranza y las consabidas reformas estructurales. Como a estas alturas sabemos ya que esas recetas han fallado estrepitosamente, alguien debiera -después de reconocerle educadamente los méritos que tenga- exigirle cuentas al hombre de Fráncfort.

En segundo lugar, la visita se produce en un momento en que está surgiendo un vivo debate sobre las funciones y el futuro de los bancos centrales en todo el mundo. Basta echarle una ojeada a algunos periódicos que orientan la visión de los propios banqueros -como el Financial Times-, para percibir que una seria revisión podría estar gestándose ahora mismo en dos aspectos: la superación de los estrechos objetivos de inflación y su hasta ahora intocable principio de independencia. Un principio que se ve con otra luz cuando hay que hacer frente a duras recesiones, por los problemas de coordinación entre política monetaria y fiscal que suele traer consigo. Y no solo eso: el carácter tecnocrático de los bancos centrales independientes, que los hace inmunes a la crítica, empieza a ser difícil de tragar para las sociedades que sufren sus consecuencias; lo que explica la actual multiplicación de iniciativas para que su actuación se haga mucho más transparente y abierta a la rendición de cuentas de lo que ahora es.

Es llamativo que, entre todos los grandes bancos emisores, solo el BCE permanezca impermeable por completo a esas reflexiones, sobre todo teniendo en cuenta que ningún otro ha dejado un rastro de frustración tan grande en los últimos cinco años. ¿Ha venido Draghi a rendir cuentas? ¿A explicar a los españoles una iniciativa creíble para la recuperación, que exige una rectificación de rumbo?. No parece. Las propias formas de la comparecencia -puertas bien cerradas, ni luz ni taquígrafos- son reveladoras. La sociedad española, como la de otros países europeos, ¿lo soportarán por mucho tiempo?