«Encontraréis un niño envuelto en pañales»

OPINIÓN

24 dic 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

Así, como si nada, les anunciaron a los pastores el nacimiento del Salvador: «Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lucas, 2, 12). Y los que lo esperaban se dieron por enterados y alabaron a Dios. Las iglesias de Cristo atraviesan en nuestros días una crisis apocalíptica. Muchos bautizados ponemos más empeño en ganar una laicidad cómoda, que ceda nuestras responsabilidades al Estado, que en mantener nuestro compromiso trascendental con la justicia y la paz. Y esa es la razón por la que la gente se empeña en convertir la Navidad en una fiesta cultural, de larga tradición y significado múltiple, que marca el solsticio de invierno. Como si las frasecitas que escribimos para felicitarnos pudiesen sustituir el mensaje de Belén: «Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad».

Hay mucha gente que no cree en Dios, o que creyéndolo no lo sigue, o que, incapaz de insertarse en una iglesia institucionalizada, va por libre. También la hay que, dejando a un lado las liturgias generadas en el proceso de recepción intelectual y popular de la revelación, prefiere importar animismos y panteísmos de difícil encaje. Todo eso es posible -y libre- sin que los cristianos tengamos nada que reprochar ni nada de qué presumir. Pero la Navidad es nuestra, y no puede ser alterada, y solo significa la alegría que sentimos por la luz que iluminó el mundo con el nacimiento de Jesús.

En la Navidad cabemos todos, y por eso el evangelista se cuidó muy mucho de que el nacimiento de Cristo se anunciase desposeído de toda referencia a una fe, a un rito, a un pueblo o a un código moral, porque para ser agraciados por la luz del portal basta con ser buena gente. Y tan aquilatado resultó aquel mensaje que, dieciocho siglos después, cuando iniciaba la redacción de la Metafísica de las costumbres, el mismo Kant hizo coincidir el principio de la autonomía moral con la versión tradicional de la Vulgata: «No hay absolutamente nada en el mundo -más aún, ni es posible pensarlo fuera del mundo- que pueda ser tenido por bueno sin limitación, sino solo una buena voluntad».

También es verdad que la Navidad que ahora celebramos se generó en la historia, entre los siglos IV, cuando se fijó su fecha, y el XII, cuando culminó la idea de una celebración familiar omnipresente. En muchos aspectos, la Navidad es una fiesta comercial y profundamente eurocéntrica, en la que lo lúdico y lo espiritual salen juntos de paseo. Sus símbolos se han multiplicado -y banalizado- en un sincretismo hortera que hiere nuestra sensibilidad. Pero su fondo de paz y bendición subyace ligado a la idea de Dios. Aunque a veces no lo veamos o queramos huir de sus interpelaciones morales. Por eso estamos alegres y compartimos la fiesta: porque es una noche de paz que todos necesitamos.