Un país condenado a la deriva

Andrés Precedo Ledo CRÓNICAS DEL TERRITORIO

OPINIÓN

16 nov 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

El 2 de febrero de 1905 nació en San Petersburgo la filósofa y escritora norteamericana Alissa Zinovievna Rosenbaum, más conocida en el mundo de las letras bajo el seudónimo de Ayn Rand, fallecida en marzo de 1982 en Nueva York. Nunca más oportunas que en el veinte aniversario de su muerte son las palabras de la autora en la novela La rebelión de Atlas. En ella, hay un párrafo que, leído al día de hoy, semeja una suerte de anticipo de lo que nos está pasando a los españoles y en mayor o menor medida a otros países del sur de Europa. Decía así: «Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando repares que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada». Así escribió Ayn Rand en 1950.

Naturalmente que no estaba pensando en España, porque nuestro país entonces, apenas saliendo de la posguerra, poco tenía que ver con ese escenario, empezando porque no éramos un país democrático. Su comentario o diagnóstico estaba seguramente inspirado en situaciones más cercanas a ella y menos de nosotros (pensemos en algunos estados americanos). Pero el tiempo nos ha situado en ese escenario, generando un desaliento profundo a una sociedad que creyó en la democracia, que admiró a los nuevos políticos de la transición, que se ilusionó con un proyecto moderno de nación. Todo lo contrario de lo que hoy ocurre. Evidentemente todos, de una manera u otra, somos culpables de ese retroceso, pero los políticos tienen, por su papel y modo de actuar, una parte muy alta de la culpa, entre otras cosas porque a ellos los elegimos para dirigir España a mejor rumbo. Sin embargo, ahora cuando todo se hunde, cuando casi nada se salva del naufragio, ellos son los únicos que siguen manteniendo y protegiendo sus privilegios, a veces con un enorme descaro. Muchos ciudadanos estamos pagando el coste de la situación, pero tampoco estamos exentos de culpa, porque hemos de reconocer que también nosotros estamos, y más estuvimos, viviendo por encima de nuestras posibilidades, instalados en la subcultura del ocio, de la diversión, incluso de la vagancia y, en algunos casos, como defraudadores sociales. Si queremos salir del agujero, todos debemos asumir una parte de responsabilidad y empezar a pensar y a actuar de otra manera, porque la España del falso bienestar tocó a su fin, porque el estilo de vida que habíamos creado era, sencillamente, insostenible, por más que algunos políticos irresponsables lo sigan evocando.